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jueves, 19 de enero de 2012

Iridiana: La tierra de los trigales ( 20 y sucesivos)

Queridos, queridas, a pesar de que la audiencia del blog subió cual cohete durante la publicación de los post que llevaban por titulo "Iridiana: la tierra de los trigales", acabo de tomar la irrebocable decisión de no volver a publicar nada referente a dicho relato. Lo se, los que me seguían en el anterior blog se quedaron también a medias con otro de los relatos. No os preocupeis, solo es un silencio público, que no privado.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Iridiana, la tierra de los trigales 14-17


CAPITULO 14: Que no te escuchen.
CAPITULO 15: ñam ñam, pastelito.
CAPITULO 16: Lo intetamos, ellos son testigos.
CAPITULO 17: El primer beso de la parca.



***14***
Iridiana, totalmente recuperada se levantó y se arrodilló al lado de Felix.
- Su alma grita, grita como gritaba una vez la mía. - Yo quería que dios me escuchara,- pensó mirando al muchado y acariciándole la mano - al menos que el lo hiciera, por que tenía la sensación de que nadie más lo hacía. Pero nunca se puede estar de seguro de que los de arriba te escuchen, por que aunque sean ultrapoderosos, están lejos, y nuestras voces humanas no pueden llegar a sus oídos. – y comento luego en voz alta – No grites tan alto, si te escuchan será tu perdición.
Mirándolo entró sin querer en su mente, como minutos antes lo había hecho para alimentarse de sus pensamientos, pero esta vez, saciada ya su hambre, pudo distinguir entre sus gritos todos los recuerdos que le hacían implorar tan amargamente a los dioses: Felix de niño riendo, Felix de niño cantando, Felix de niño llorando. ¿Sabes por que te llamas Felix?, le preguntaba su madre, por que yo misma me encargaré de que seras feliz, tu y tus allegados, yo misma me encargare de que la luz de sonrisa no se apague nunca. Felix jugando, Felix amando, Felix llorando, Felix solo. Irdiana cambiándole el nombre: Felix es demasiado optimista. ¡Oh! Dioses, no hay nada bueno en su nombre. Ni una sola cosa hermosa que merezca la pena rescatar entre sus letras, solo su alma aún limpia, solo ella, inocente como el primer día, a pesar de todo, Felix sin sonrisa. ¿Por qué solo había una tormenta cruel sobre todos sus recuerdos, una tormenta tan salvaje y negra y que borraba toda luz de vida? Felix se consumía a si mismo, olvidándose de lo que era la vida, de lo que había sido la vida. Esta solo, solo, solo, solo, solo, solo , solo, solo. No dejaba de repertirselo. Pero ¿y Mariom? No estas solo, pensaba Iridiana, no lo estas, hay mucha gente que te quiere, mira a Mariom, te adora, te adora como yo te adoraré algún día. Vive Felix, vive, que no es tu hora, yo lo veo, yo veo que no es tu hora, dejarás tu nombre en el mundo, y sonreirán al pronunciarlo, al recordarte, yo lo sé, yo lo veo. Felix, vive.
- ¿Que ha pasado? – pregunto despertando poco a poco de su letargo
- Iridiana, deberías contárselo. – aconsejo Kellner.

***15***
Ñam ñam
¿Cómo podía contarle eso? Antes nunca había necesitado contar nada, normalmente la gente a su lado lo descubría tarde o temprano. Era más sencillo para todos y sonaba menos imposible. ¿Cómo podía explicarle que su vida era en realidad retales de otras? Nadie en este mundo podría entender su funcionamiento, su nueva fisiología, sus nuevas necesidades. Algunos le habían pues nombre, en efecto, ¿pero darle un nombre sería suficiente para contenerlo?

- Iridiana, ¿Qué pasó en el cementerio?¿que me ha pasado a mi?
- En el cementerio, algo que ya no pertenece a este mundo, quiso llevarme con él.
- Y le faltó poco, muy poco. Me agotó. Estaba enfadado conmigo, y me agotó…

Hubo un largo silencio. Iridiana pensó en como lo había descubierto Mariom, y luego dirigió sus ojos a Kellner, quién le había entregado prácticamente la vida una noche de verano.
- ¿Sabés lo que es un vampiro? – Kellner dio un respingo. No se imaginaba que sería tan directa.
- ¿Te atacó eso? ¿Existen?
- ¿A mi? No. Te ataco a ti.
En un gesto inocente e infantil Felix se palpó el cuello en busca de marcas. Iridiana esbozó una sonrisa nerviosa.
- Felix. Yo soy el vampiro, un vampiro psíquico.
- ¿Qué?
- Cuando alguien regresa a este mundo como yo, tiene que alimentarse de algo. La energía que yo necesito es distinta a la vuestra.
- ¿Que?
- Felix …
- ¡Soy tu puta comida!
- No lo digas así, ni lo pienses. Si lo piensas sonara peor. ***
- Soy tu puta comida.
- Su pastelillo, ya te lo dije- contestó con sorna Kellner.
- Eres más que eso. Eres …
- ¡Que! ¿Por eso estoy aquí verdad? Por que mi vida no me importa y puedes alimentarte de ella a placer …
Iridiana se levantó del sofá y tomó a Felix de la mano, llena de enfado y rabia se encamino hacia el sotano tirando de el como si de un niño de cinco años se tratara. Lo arrojo delante del ataúd y abrió la tapa con furia. Mientras se había alimentado de Felix había recorrido cada uno de los pasillos de su memoria, cada una de las estanterías de sus deseos y recuerdos. Sabía perfectamente que a Felix no le importaba morir, sabía perfectamente que la noche en que Mariom lo llamó el pretendía quitarse la vida, pero aún no había dedido como, solo por falta de valor aunque no de ganas.

- Mirala. – dijo con fiereza - ¡Mírala!

Pero Felix intentaba continuamente apartar la mirada. Kellner observaba en silencio.

- Mírala. Mirale la cuenca vacia de sus ojos y su piel verdosa y mugrienta. Antes era como yo, tersa, joven, deseable. ¿Y que queda? ¡Yo seguiré aquí cuando ella sea polvo, cuando tu seas polvo y cuando Kellner lo sea! Es mi infierno. Es mi infierno particular. Tu no estas solo, nunca estarás solo. ¡maldita sea! A mi se me arrebató todo lo que amé, y se me seguirá arrebatando eternamente. Tu no, tu lo tienes todo aún. ¿No lo ves? ¿No ves que hay gente que te quiere y se preocupa por ti? Mariom la primera. ¡Vive joder! Deja de quejarte y vive.
Kellner, callado y observador como siempre no entendía de que estaban hablando. Felix sin embargo sentía las palabras de Iridiana revolviéndole las entrañas. Claro que estaba solo, sin padres, sin hermanos, sin familia, y sin amigos. Solo Mariom le había dado un poco de luz, y solo por que el era un blanco perfecto.

- ¡Sal de mi cabeza! – grito Felix al saco de huesos que tenia delante. – ¡sal te digo! Yo quiero irme con ellos, eso es lo que quiero, irme con ellos, a donde estén. – sollozaba
- No te irás con ellos, por que no es tu hora. Te quederás aquí, a mi lado, y serás alguien de provecho, dejaras tu huella en este mundo, tenlo muy claro, tu no serás un canto a la insignificancia de la existencia. Yo me encargaré de eso.
- ¿Y tú que sabes si es mi hora o no? Yo lo decidiré.
Iridiana cayó por un segundo, lo miró silenciosa y serena. Kellner temió por un momento la respuesta y decidió contestar el.
- Es una parca Felix. Ella lo sabe.
- ¿Que?
La muchacha lo miró severa. Una parca, pensó, que ocurrencias. Aunque no era tan descabellada aquella idea.
- Si decides irte antes de haber terminado lo que tengas que terminar aquí, entonces créeme, jamás podrás reunirte con ellos. Yo no sé porque, y no sé cómo. No entiendo los engranajes, solo los conozco, y puedo verlos, por que como bien ha dicho Kellner, mís ojos son los ojos de una parca. Así los llamáis.
- Estáis locos. Locos.
- Como tú. Una persona normal se habría ido en el mismo instante en que abrimos ese ataúd. Y tu sigues aquí. Te cuesta, si, pero aquí estás. No me digas entonces que no quieres quedarte con nosotros y vivir nuestra locura hasta el final. No puede ser que yo me equivoque tanto.

***16***
- Para ella es como respirar. No es su culpa, no puede evitarlo. Y, si estás cerca, serás siempre su blanco. Mariom lo fue durante mucho tiempo, incluso yo fui de ella una vez. No es malo, ni bueno. Solo es. – le dijo Kellner en la cocina mientras preparaban el té de la despedida
- No se … - contestó colocando las tazas en la bandeja de plata
- Me hubiera quedado con ella hasta el final. Hasta mi final.
- Esto no puede acabar bien.
- Si no te quedas nunca lo sabrás.
- ¿Merece la pena?
- La merece.
- Tú no te quedaste.
- Eso es una larga historia.
Tan larga y dolorosa que la misma Iridiana sintió en el fondo de su pecho como los recuerdos se agolpaban en la mente del hombre. Lo habían intentado, astros, dioses y parcas eran testigos de que lo habían intentado, pero no bastaba. No bastaba haberlo intentado.
- La besé una vez – comentó Kellner – solo una vez y sin embargo pesa en mis memoria más que ningún otro beso.
- ¿Por qué no estáis juntos?
- ¿No es obvio? Cuando tu y yo nos vayamos ella seguirá aquí.

Felix bajó la mirada.

- Dentro siglos seguirá teniendo 20 años. 25 o 29 a lo sumo. Quizás incluso tenga otro rostro.
El mismo Kellner la había conocido con otro rostro, más anciano, más cansado, más lejano y distante. Ya la había amado entonces, aunque el era muy niño, y ella muy vieja, sus corazones ya habían palpitado al unísono una vez. Y, cuando por arte de magia la senectud dio paso a la juventud la amó aún más, tanto que un día otoñal en la playa, no pudiendo aguantar más aquellas ganas inmensas que tenía de amarla se arrodilló frente a la muchacha, perdida su alma en la inmensidad del mar, y mientras sus ojos naufragaban en el horizonte, él escribió sobre la arena, a sus pies: “te quiero”. Ella bajó de repente sus ojos como si las olas le hubieran susurrado que lo hiciera. Al leerlo cayó de rodillas con los ojos llenos de mar y lo abrazó tan fuerte que no tuvo necesidad de pronunciar ni una sola palabra porque su alma entera lanzaba un grito infinito: yo también a ti.

- Lo intentamos. Lo intentamos. Pero no nos dejaron. Y ella no volverá a mar en mucho tiempo. Yo no volveré amar así nunca.

***17***

- Escucha Iri. Llámame siempre que lo necesites. – dijo ya en la puerta.
- Siempre lo hago.
- Lo sé. Pero quiero que me necesites más
Iridiana bajo la cabeza en un gesto infantil. Si hubiera podido se habría sonrojado.
- Ten cuidado con Carlota ¿Vale? Aunque tu no quieras creerlo puede que ella tenga ese hueso. Y aunque tampoco puedas creerlo quizás te pueda hacer mucho daño.
- Magia negra. Paparruchas.
- ¿Lo dices precisamente tu?
A pesar de todo lo que había visto, vivido, revivido y resucitado Iridiana, como Inés, seguía pensando que aquello de la magia negra era un cuento, un cuento que en su caso había sido real pero que no tenía por que ser así siempre.
Kellner se acercó despacio y le dío un beso en la comisura de sus labios. Iridiana sonrió cerrnado poco a poco la puerta si ndejar de mirar a Kellner.

- ¡Felix! Que no me moleste nadie hasta nuevo aviso- gritó.

Iridina subió corriendo las escaleras y se encerró en su habitación bajo llave. Se sentó en su escritorio y tomó sus cuadernos para ojearlos, para revisar las vidas de cada uno de sus personajes y sumergirse en aquel mundo de papel deseando que l tinta fuera en realidad real, y que lo real fuera verdaderamente tinta. Los cuadernos comenzaban a una edad temprana y terminaban el 28 de octubre de 1960. Jamás había llegado a poner por escrito la última de sus historias. ¿Para que seguir escribiendo? Su vida era ya una novela y la eternidad ya no tenía cabida en las palabras. Su condición ya no era humana y cada día que pasaba se le hacía más difícil usar aquella lengua tan … humana.
Su primer beso. Allí estaba, en forma de verso, descrito minuciosamente, desgranado y saboreado mil y una veces. Leyendolo era la única forma que tenía para volver a sentirlo, a recordarlo, pero ya no era tan intenso como antes, su primer veso se desvanecía entre la neblina del tiempo. ¿Qué pasará cuando sea vieja?, pensaba, ¿tan vieja que cuente milenios y no años? Igual no estaba muerta, sino que agonizaba cada día hasta que llegara un tiempo en que ya no fuera ella misma, un tiempo en el que desaparecería todo lo que había sido en vida, entonces solo entonces y solo posiblemente se convertiría en una de ellos.
Su primer beso, en verso. Al menos le quedaba el consuelo no se lo había dado a Cristobal. El cobarde Cristobal, el hombre que se había llevado todos sus sueños y esperanzas en menos de un suspiro. Iridiana pasó la mano por el esternón y respiró profundamente, incluso aquel cuerpo ajeno podía revivir su dolor al ser atravesada por la estaca. “Si yo hubira nacido un poco más tarde, si Kellner hubiera nacido un poco antes, entonces todo sería diferente”.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Iridiana, La tierra dos trigales 12.


CAPITULO 12: ¿De que me conoces?



Cuando bajaron del coche Kellner esbozó una sonrisa. La niebla velaba de blanco la noche y las sombras de los cipreses, largas y temibles podrían adivinarse entre los arapos nocturnos. No sabía por que pero desde bien niño siempre había pensado en los cipreses como gigantes que custodiaban un mundo secreto. Iridiana tomo tres linternas del coche y se encamino a la puerta muy a pesar de las protestas de Felix.
- Callate bollito, esta noche no volverá a ser la misma – dijo
- ¿Vas ha hacer lo que creo que vas a hacer? – preguntó Kellner
- Te prometí que algún día lo haría, ¿que mejor día que este? – dijo Iridiana con cara de loca.
Los guó sin dudar entre los nichos, panteones y tumbas hasta llegar a las filas de columbarios. La niebla comenzaba a disiparse muy lentamente y podía ya olerse el aire fresco de la mañana. Llegados a cierto punto Iridiana paró y apunto con el haz de luz:

Inés Martel
Que los ángeles te cubran con sus alas,
Igual que nosotros con nuestras oraciones.

Decía una lápida blanca y vieja. No había fecha de nacimiento ni de defunción pero se podía adivinar por el estado del nicho que habían pasado muchos años.
- Os he traído por que creo que voy a necesitar vuestra ayuda.
- ¿Estas segura? Contigo al final siempre es del revés.
- Tenemos que encontrar ese hueso que falta. Alguien ha tenido a Inés Martel todo este tiempo, y no solo su cadáver, también su ataúd. Asique supongo que en el lugar donde debería haber estado su ataúd debería haber algo más.
- ¿Vamos ha asaltar una puta tumba?
Iridiana la miró con cara de enfado y le tapó la boca.
- Ese no es lenguaje para un lugar como este. Podrías molestar a alguién y eso no sería nada bueno para ninguno de los tres. – comentó Kellner.
- No vamos a asaltar una tumba cualquiera, vamos a asaltar la mía.
Kellner conocía la historia de Iridiana desde su nacimiento hasta su muerte, hasta sus dos muertes. Le costaba mucho creer que alguien pudiera regresar del otro lado. Pero su mente de científico reaccionaba ante las pruebas, y todo lo que había vivido hasta entonces con ella era coherente con lo que contaba. Supo, desde aquel día en que la encontró en la facultad, que sus ojos necesitarían por siempre mirar a través de su hielo si quería seguir vivo, si quería aprender a vivir y enseñarles lo mismo a sus hijos. Si Iridiana no hubiera sido Iridiana, sino la joven Inés Martel, y si el hubiera nacido unas cuantas décadas antes, hoy estarían casados y calcetando jerséis para sus nietos.
- Venga, chicos, sacad la lápida.
La tumba justo a la altura de los ojos, les costó un poco sin unas escaleras la sacar la piedra sin que se cayera. Iridiana apuntó con la luz de la linterna al interior, pero era demasiado baja para poder ver hasta el fondo. Felix se dió, y sin preguntar la cogió en brazos para subirla.
- Ayudame- dijo- tengo que entrar.
- ¡¿Que?!
- Vamos, hay algo en el fondo, tengo que cogerlo.
Iridiana entró dentro del agujero, era angosto, más de lo que se había imaginado y olía a humedad, podía verse como el agua de la lluvia había entrado por las juntas del hormigón, por un momento agradeció que nadie estuviera enterrado arriba. Enseguida cogió el libro que había en el fondo y sosteniendo la linterna con la boca lo abrió con las dos manos para ojearlo.
- ¡Iridiana! – susurró Kellner – Iri, viene alguién.
Pero ella no escuchaba, ni leía. Se imaginaba que habría pasado si ellos no se hubieran apiadado de ella, se preguntaba si su alma habría pasado la eternidad atrapada en aquellos huesos que estaba en su sótano, o si habría estado encarcelada dentro de aquel campo sagrado, o peor aún, dentro del nicho de aquel columbario. La eternidad, sola, sin vecinos habladores, esperando el juicio ultimo que jamás llegaría, al menos no para ella ( incluso el de la humanidad era muy dudoso). Luego se habrían esparcido sus huesos por el mundo, y ella dejaría de ser ella, no estaría jamás completa, jamás abarcaría la unidad del mundo. Estaría, literalmente, en el infierno. Cansados de esperar los dos jóvenes metieron las manos en el hueco húmedo y tiraron de ella.
- Vamos- dijo Kellner cogiéndola de la mano y llevándola tras unos matorrales. Felix los siguió luego de recoger el libro y la linterna que se le habían caído a la mujer de hielo.

Una figura anunciada por la luz de su linterna se aproximó también a la tumba.

- ¿Quién será? – Preguntó Felix.
- Iri, ¿alguna idea?
Pero Iridiana no dijo nada, permaneció callada clavando sus ojos en la noche y en aquella figura, escrutándola hasta el fondo, mirándola directamente a su alma. Había algo conocido en ella, en su aura.
- Carlota Matias. – susurró con tono de asombro.
- ¿Cómo puede ver algo, yo no alcanzo a distinguir nada?
- Por que yo veo con los ojos del alma.

jueves, 3 de noviembre de 2011

-Iridiana, la tierra de los trigales. 9 - 11


Un pouco de humor macabro para quitar a tensión dos capitulos anteriores ( bueno, ainda que tensión tensión non houbo moita, non)

PUESTA AL DÍA: Iridiana, Mariom y Felix reciben un curioso paquete. Un ataúd con los restos de Inés Martel. Pero ¿Quién es Inés?, ¿Es familia de Iridiana? Mariom tiene que irse mucho tiempo, Felix no entiende nada y nadie le explica nada. Iridiana esta fuera de sí. Sea quien sea quien le haya mandado a Inés, merece el cielo. Pero ... ¿quien es Martel, por que la quiere tanto Iridiana? y lo más importante aún ¿Felix existe o solo es un adorno de la trama?


CAPITULO 9: Directo al corazon.

- Kellner Miramar, ¿diga?
- Kellner, Kellner, Kellner. Siempre tan formal y elegante mi Kellner.
- ¿Iridiana?
- Sep – dijo con una sonrisa picara
- ¿Iridiana Cobo?
- Esa soy yo. – Contesto retorciendo el cable del teléfono con el índice y enrollándoselo.
- ¿Qué ha pasado?
- Necesito que mires si tengo todos los huesos en su sitio.
- ¿Qué has hecho esta vez?
- Tu solo haz lo que te digo.
- Siempre tan oscura y misteriosa, mi Iridiana. Pasado mañana estaré ahí.
- ¿Vas a dejar a Ines Martel todo ese tiempo en mi sotano?
Hubo un largo silencio
- Esta noche estaré ahí, esperadme levantadas las dos.
Iridiana colgó el teléfono y se volvió a Felix con una mirada radiante.
- El profesor Kellner Miramar podrá ayudarnos con nuestro pequeño problema. Lleva años esperando a que apareciera ese cadáver.
- ¿Es que no le asusta que alguien le haya mandado un cadáver?
- Me intriga, más bien.
- Esta usted loca. – dijo bostezando.
- Deja de parecer un niño llorica, todo a su tiempo. ¿O es que no te gustan los misterios? Kellner, Kellner. Dime, Adrien, ¿Sabes cocinar?
- ¿Adrien?
- Si, ¿no te gusta?
- Me gusta mi nombre, Felix.
- Pues a mi no, y tendrás que cambiártelo.
- Y si, sé cocinar. – comento encaminándose a la cocina.

Dentro de la cocina Iridiana corrió de un lado a otro como una loca, cogiendo harina, huevos, leche y un montón de otras cosas que Felix desconocía. Su pelo estaba sorprendentemente enmarañado, su sonrisa gélida extrañamente cálida, y sus ojos desorbitados. Parecía una bruja, una bruja hermosa y loca, pero una bruja haciéndole el amor a sus pócimas.
- A Kellner le encantan los bollos de canela suecos. Hornearemos unos cuantos. Le gusta también el pastel de zanahoria. Podriamos comérnoslo mañana. El siempre viene con prisa, pero al final siempre me hace compañía unos cuantos días, soy como su hermana pequeña, aunque mejor me quedaría la etiqueta de abuela …
Félix no supo en que momento desconectó, cual fue la última palabra que escuchó, simplemente permaneció parado en medio de la cocina.
- ¿Qué te parece?
- …
- ¿Daniel?
- ¿Eh?
- Asique te gusta Daniel, con acento en la primera sílaba.
- ¿A mi? No – y justo en ese instante recibió una nube de harina y una lluvia de sirope de chocolate.
- Aunque me convierta en pastelito no pienso cambiarme el nombre.
Cuando Felix despertó estaba cubierto de harina y chocolate sobre el sofá. Se escuchaba barullo de cacharros en la cocina y el timbre de la puerta no dejaba de sonar.

- Por Dios, ¿Acaso está metida en la cocina?

Felix no respondió solo se miro las mangas del jersey cubiertas de harina, chocolate y … ¡Masa!

- Creo que eres oficialmente su pastelito – dijo el desconocido sonriente – ¡Iri! ¡Iridiana! – gritaba por el pasillo
La figura ligera de la joven salió corriendo de la cocina y se colgó de su cuello de un salto llenado el abrigo negro de harina.

- ¡Kellner!

- Bueno, veamos que me has cocinado.
Cuando entraron en la cocina Felix no sabía si se encontraba en la casi mansión de Iridiana o en el interior de la casita de chocolate.

- Si has hecho todo esto es que tienes todos tus huesos en su sitio.

- Puede que me haya pasado, de todas formas querido Kellner, no es a Iridiana a la que tienes que examinar, sino a Inés.

- ¿Inés Martel?

- Está en mi sótano.

- ¿Atada? ¿Dormida?¿la has secuestrado?

- Esta muerta.

- La has matado.

- Esta muerta desde hace 50 años.

- ¿La mataste hace 50 años?

- David Kellner Miramar, deja de tomarme el puto pelo.

- Lo siento Iri, te creo, te creo. Solo que siempre tuve la esperanza de que estuvieras loca, nada más.

Iridiana no medió palabra, solo sacudió las llaves del sótano delante de su cara y se encamino a las escaleras. Sus ojos nunca habían estado tan vivos ni su corazón había latido jamás tan fuerte.

*** 10 *** ¿Conoces a Inés Martel?

Bajaron lentamente las escaleras, en el suelo, en una esquina siniestra descansaba la sombra alargada del ataúd. Iridiana se arrodilló delante y lo abrió.

- Se conserva bien. ¿Dónde ha estado?

- Ahora eso es lo de menos, ¿falta algo?

- La segunda falange del dedo corazón izquierdo, al menos.

- Eso suficiente.

Kellner no dejaba de examinar el cráneo: el arco de las cejas, la profundidad de los pómulos, la redondez de los dientes, solo la anchura de la pelvis apuntando bajo la tela le daba la pista de que era una mujer. Iridiana sabía perfectamente lo que el estaba haciendo, y se quedó inmóvil, arrodillada a su lado, guardando silencio como en un velatorio. Kellner volvió la vista a ella.

- Seguro que eras muy guapa, casi diría que bellísima, con una carita dulce y tierna, apenas salida de la infancia.

Ella lo miró a los ojos y trago saliva. No se atrevía a decir nada. Hacía mucho tiempo que nadie le decía que era bonita. No es que su rostro actual fuera feo, al contrario, podía alardear de ser una mujer hermosa y deseada, pero el frió de su alma invadía cada poro de aquella piel prestada y ajena, y cada vez que le decían lo bonita que se veía ella siempre pensaba que se lo decían a otra, a la dueña legitima de su cuerpo, y no a Iridiana Cobo, el alma herrante y usurpadora que vivía provisionalmente en aquel cuerpo. Pero Kellner era diferente, podía ver sobre un cráneo las facciones de la gente, podía rellenar cada línea que los huesos trazaban y darles movilidad y sentimiento. Él podía verla, verla de verdad y decirle que era bonita.

- Si – dijo una vez más mirando el cráneo – eras una mujer envidiable. - ¿puedo? – preguntó señlando la camisa.

- Haz lo que necesites. – aunque en verdad le estaba diciendo “haz lo que quieras conmigo”.

Kellner abrió los botones de la camisa y la chaqueta y dejo al descubierto el pecho. Solo había huesos y un poco de piel seca, pero a pesar de ello sintió por primera vez en muchos años algo que jamás creyó volver a sentir: pudor. Kellner se dio cuenta, pero aún así su curiosidad fue más fuerte. Allí estaba, un enorme agujero sobre el esternón, profundo y seguramente doloroso.

- Asique es verdad. Una estaca.

- Si – añadió con tono triste.

- ¿Te dolió?

- Mucho. – dijo apoyando tristemente su cabeza sobre el hombro de Kellner.

Desde su vuelta solo él y Mariom habían sido sus amigos, solo ellos sabían como era su vida y solo ellos habían participado alguna vez de sus aventuras. Kellner se había convertido en alguien muy especial, en una especie de ángel guardian que aparecía de vez en cuando o cuando se lo llamaba. El envejecía pero con cada segundo sobre sus espaldas ganaba en elegancia y hermosura, si es que es acertado decir que un hombre es hermoso. Lo había visto licenciarse, enamorarse, casarse y ser padre. No había la menor duda de que de haber estado viva, se habría enamorado de él locamente, de que habría perdido la cabeza sin sentido. Pero llegaba 50 años tarde. Ahora el amor era diferente. No sabía ni siquiera si podría enamorarse.

***11*** VAMOS NENES, VAMOS DE EXCURSIÓN

- ... Ahora mismo están en el sótano.

- ¿En serio ha cocinado tanto?

- Si.

- Ufff, tengo antojo de sus bollos de canela.

- No te preocupes Mariom, tendrás muchos.

- Solo si me los traes, no puedo ir ahí al menos en 16 meses. No vuelvas a dejarla sola en la cocina, ¿vale? O eso o cocina con ella.

- Si.

- ¿Estas bien?

- Hay un cadáver en el sotano, soy culpable de un asesinato y no puedo con el alma. ¿Cómo puñetas voy a estar bien?

Pero Mariom colgó. Ninguna embarazada quería oír las penas de un niño de 20 años a las 4 de la mañana, pensó Felix. Con lo que no contaba era con que Iridiana y Kellner ya habían regresado del sótano y con que Iridiana hubiese tirado del cable telefónico.

- Pastelito mio. Ninguna embarazada quiere oír tus penas de veinteañero a las cuatro de la mañana. - ¿Acaso le leía la mente?, se preguntó.

- Hay un cadáver en el sótano, ¿Qué quiere que haga?

- Callarte. Coged los abrigos, nos vamos de excursión.


PROXIMAMENTE: Carlota, ¿De que me conoces?

sábado, 29 de octubre de 2011

Irdiana, la tierra de los trigales 5


CAPITULO 5: LápidaEra una espléndida tarde de otoño, dorada e intensa pero los tres, en vez de disfrutar las últimas caricias del verano, miraban el mármol blanco de un columbarium.
Cristobal Matias
D.E.P


La sobriedad de la inscripción dejaba entrever la relativa felicidad de la familia. Las flores ya se habían marchitado, pero en vez de haberse dorado y avivado hasta su último aliento, como las hojas de los árboles otoñales, se habían convertido en una masa informe de dinero perdido.
Mariom la vigilava sutilmente y Felix guarda silencio con cara de resignación. En cuanto tuviera oportunidad se iría de aquella casa, pensaba continuamente, y después observaba a Mariom, e a Iridiana, y el misterio que las envolvía lo comenzaba a envolver a él también.
Estaba totalmente seguro de que Mariom se lo abría propuesto a el por que estaba solo y sin dinero en el bolsillo. De todos modos no se podía negar que la oferta era suculenta: casa, comida y sueldo. La pregunta era ¿En qué consistía su trabajo? De momento tendría que ser la sombra de aquellas dos para poder salir corriendo a la mínima de cambio.

Yo quería que dios me escuchara,- dijo mirando al muchado- al menos que el lo hiciera, por que tenía la sensación de que nadie más lo hacía. Pero nunca se puede estar de seguro de que los de arriba te escuchen, por que aunque sean ultrapoderosos, están lejos, y nuestras voces humanas no pueden llegar a sus oídos. Aquellos señores vestidos de negro que recitaban cosas en los altares de las iglesias me decían que la fe era el mejor megáfono. Pero yo no tenía fe en nada ni en nadie. Yo quería que Afrodita se apiadase de mi y me indicara el camino que debía seguir para encontrar la mitad de mi alma, pues en los últimos tiempos sentía que un agujero oscuro se había llevado parte de ella. Yo quería que Zeus se transformara en mosquito, pájaro, lluvia de oro, nube, incienso o lo que fuera y que me hiciera sentir, como a Leda, la voluptuosidad de su compañía. Yo quería, en definitiva, que una luz pequeña iluminase mi vida. Y no es que fuera mi vida un drama oscuro o estuviera plagada de tormentas de verano, mi vida era normal, lineal y tranquila, y por veces mi vida misma hacía que no me sintiera viva. Pero en vez de eso me dieron la oscuridad, quizás como merecido premio por haberme quejado durante toda la vida. Pero, yo, la insignificante mujerzuela, quería en verdad ser más especial que los otros, más humana que los otros, y en vez de eso no tuve nada. Cuando me desperté no podía oler ni siquiera la cera que se consumía a mi alrededor, ni sentir el calor de la piel de Cristobal, oía pero no con mis oídos, y veía pero no con mis ojos. Ellos estaban allí, frente a mi, invisibles a los ojos de los hombres, acechando, y yo les preguntaba una y otra vez que me estaban haciendo, por que me arrancaban tan cruelmente del seno mismo del universo. Y ellos solo dijeron: nos lo han pedido, ahora debes decidir tú. No me advirtieron de lo que pasaría después. Vi sus ojos de preocupado, llenos de amor y ternura, mi corazón jamás se había inflamado así de amor, y jamás podría experimentarlo, pero pude sentir la calidez de su alma llamándome a gritos y pensé que quizás merecería la pena aprovechar aquella oportunidad a su lado. Eso fue lo que pasó, y ahora estoy aquí, sin rumbo, sin tarea, con mi deuda saldada y sin haber regresado a casa.
Felix no entendió nada. Ni la más mínima palabra. Había un “ellos”, un “cera”, un “oportunidad”, un “pense”, “quizás”, “amor”. Escapaba a su raciocinio. Iridiana lo sabía perfectamente, y no quiso contar más por eso. Hay cosas que no se deben contar, por que prácticamente son imposibles de verbalizar y menos posibles aun de entender. Cómo se podría entender el vivir sin vivir, el ver sin ver o el oír sin oír. Sonaba ridículo explicar que ella estaba allí por un erro del universo sumado a dos amigos locos y una respuesta errónea. Acabarían encerrándola por loca.
- ¿Conociste alguna vez a su hija?
- Si, Carlota. Tiene dos años más que tu.
Los tres seguían mirando la blancura de la lápida.
- ¿Es bonita?
- Como su madre.
- Entonces es bonita. ¿ inteligente?
- Como su madre.
- Pobrecita.
A Félix casi se le escapa una carcajada. Tres casi mafiosos cotilleando ante una lápida.
- No fueron felices. – dijo encaminándose a la salida.- me alegro

Iridiana, la tierra de los trigales.


Advertencía: nos dialogos poden encontrarse algunhas palabras de non moi bo gusto.

CAPITULO 4: Cristobal Matias.
Habrían pasado solo un par de días cuando Iridiana le pidió a Felix que la acompañara a su cuarto para leer o ver alguna película vieja. Adoraba las películas sin color, y de echo tenía una pared entera llena de DVD’s con grandes clásicos entre los que sin embargo, no se desdeñaba el color. Fue aquella noche cuando el joven pasó a ser oficialmente el secretario o ayudante de Iridiana.
- ¡Señorita! – grito Mariom desde el corredor - ¡Señortia! – volvió a gritar mientras entraba apresurada en su cuarto.
- ¿Que? – contesto sobresaltada y casi aterrorizada, cosa que sorprendió bastante al joven.
- Han llamado … han llamado del hospital. ¡Del Hospital! ¿Entiende?
- Mariom, ¿de que hablas?
- El Doctor Cristobal Matias ha sido ingresado de urgencia, ¿no recuerda que le pagamos a las enfermeras para que nos informaran?
Si Iridiana hubiera podido palidecer, marearse o desmayarse lo hubiera echo sin lugar a dudas.
- Vestios, vestios inmediatamente. ¡Vamos, ya estáis tardando! – gitó histérica.
- Señorita ¿Qué pasa?
- Cristobal, eso pasa. – y no fue capaz de responder nada más.
Mariom y Felix la esperaron en el coche, ella que tanta prisa tenía era la que mas tardaba.
- Entrarás con ella. Serás su sombra a partir de ahora.
- Por que yo, ¿Mariom? Es joven, ¿Por qué necesita a alguien tanto? No es una niña, ¿por que tienen que vigilarla como tal? Ni siquiera sé que hago aquí – comento agarrado firmemente al volante, como temiendo que sus pies lo fueran a llevar a otra parte.
- Ya lo entenderás. Ya ha pasado demasiado tiempo sola.
- Es joven, tanto no puede ser.
50 años, pensó Mariom, más los 20 que tenía cuando la trajeron de vuelta. 70 años sola. 70 años es una edad considerable, y si sus cálculos no son acertados, tendrá muchos más algún día, quizás otros tantos. Quién sabe. Mariom la niña ya no estará para cuidarla, para recordarle lo que es ser humano, para recordarle lo que fue en su infancia, y tampoco estará Felix, el aventurero. No me ha preguntado nada, y tiene miedo, pero aun así no se va, sabe que hay algo raro y no se va, Felix el aventurero. Tenemos que buscarte un nombre, tus ojos son los mios hace 15 años, Mariom la niña. 15 años dándole mi vida y ahora me aparta de ella para cuidarme, como siempre lo ha hecho. Mariom la niña será madre. E Iridiana, a ella se lo han quitado todo.
- En Marcha – dijo la apresurada Iridiana subiendo rauda al coche.
***
Entraron a hurtadillas sobornando a alguna de las enfermeras, y Felix que estaba muerto de miedo, no era capaz de decirle que no a nada.
Al entrar en la habitación se dirigió a el por vez primera: quédate en esa esquina, no te muevas, no pestañees, si es posible respira lo necesario, y por nada del mundo me interrumpas, ni evites que haga algo, haga lo que haga.
- Ines ... – susurró el enfermo.
¿Ines pensó Felix?
- Vaya, con tanto tubo pareces un marciano. – contestó tajantemente la mujer
- Aun conservas tu sentido del humor macabro.
- El que tu me regalaste. – dijo dibujando una sonrisa siniestra
- Están quí, ellos, tu los conoces. ¿no me salvaré verdad?
- No, es la hora que ellos han elegido para ti. No haré nada en contra.
- Ines … - suplicaba.
- No. Eres afortunado, eres importante por eso vienen en persona. Vete, deja que te lleven, no luches, puede que tengas suerte y te dejen purgar tu alma. Tienes que pagar, tu alma por la mía, es sencillo.
- Si, es sencillo. Tu alma por la mía. Tu les perteneces a ellos, yo no.
- Que equivocado. Salda tu deuda cobarde, yo ya saldaré la mía. ¿no recuerdas como me dejaste desgraciado hijo de perra?
- Te seguí amando toda la vida.
- Mierda para ti y tu amor.
- Por favor, no dejes que me lleven, negocia con ellos, diles, diles que me dejen quedarme como te dejan quedarte a ti.
- Si me quisieras de verdad no te costaría tanto ir con ellos, me librarías por fin de esta puta condena. Tu alma por la mía, ese fue el trato.
- No, no, no – decía casí sin aliento.
- Si, ese fue el trato, cuando me clavaste la estaca en el pecho, ese fue el trato. Tu alma por la mía.
- Cuando despertaste no eras la misma
- ¿Puedes imaginar lo que es ver terror y asco en la cara del único hombre al que podrías haber amado en toda tu vida? Si de verdad me hubieras querido nada de esto habría pasado, ellos no estarían aquí y yo habría envejecido a tu lado. ¿has visto en sueños los trigales?
El hombre seguía llorando sin aliento
- No … me atrevería a decir que has mirado las tres lunas. Si, las tres lunas. Ojala ardas en una de ellas.
- A pesar de mis errores, ¿fue todo tan malo?
- El problema es que no solo me hiciste regresar, sino que rompiendo las promesas que les hiciste jamás pude irme, ¿lo pillas, cielito? Me desviaste de mi camino y no puedo volver atrás. Ellos mismos lloran esta condena y nisiquiera saben si llevándote con ellos yo seré libre. Quién sabe, igual me quedo aquí y me dedico a joderles la vida a tus hijos.
- Inés, miña Inés querida…
- ¿Inés? Inés está muerta, dos veces muerta, gran hijo de puta. Si los ves, saludalos de mi parte y diles que me perdonen por la pequeña maldad que voy a cometer.
- ¿Qué maldad?
Entonces Iridiana, con los ojos llenos de hielo, desconecto las maquinas que lo habían sostenido en vida y cuando sus pulmones se pararon y su corazón dejo de latír volvió a conectarlos y esperó a que los médicos entraran a certificar su defunción. Desde las sombras el chico contemplaba la escena horrorizado, temiendo que lo detuvieran por complice de asesinato, sin embargo los médicos entraron sin prestarle mucha antención y sin preguntarle nada a la mujer.
- Vamos – dijo Iridiana
- Si, señorita.
- Nada de hacer preguntas.
- Si, señorita.
- Y quita esa cara de fantasma, no nos hagas parecer culpables.
- ¿es que no tiene conciencia ni moral?
- ¿Yo?
- Mucha, pero prefiero no usarla para que no se me desgaste. Deberías hacer lo mismo cuando estés conmigo. Al menos pillas de que va esto, estuvo bien el que no me detuvieras.
- Si, genial – dijo enfadado – ahora soy cómplice de asesinato.
- Exagerado, solo le aceleré el viajecito.
- Asique se dedica a eso, ¿a acelerar viajecitos? – contesto acaloradamente mientras atravesaban el parking.
- Eh, no te pases.
- O me lo explica o me marcho.
- Aggg, haz lo que te salga de ahí. No voy a explicarte nada.
Felix estaba a punto de dar media vuelta e irse pero entonces vió a Mariom esperándolos tumbada sobre el capó del coche. La camiseta ajustada marcaba ya un poco la curva de su embarazo. No quería dejar a Mariom sola, inspiraba en el una ternura inusitada y mirándola parecía que nada de lo que Iridiana pudiera hacer fuera peligroso.

viernes, 28 de octubre de 2011

Irdiana, la tierra de los trigales 3


[coma sempre vai sen corrixir por culpa da miña impaciencia D: ]
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3: Felix

- Señorita – dijo entrando despacio en el gran salón – Aquí esta el chico nuevo, el que buqué para sustituirme.

- Vaya, ya iba siendo hora – contesto la mujer sin apartar la vista de su libro - ¿Sabés, hay demasiados escritores sin imaginación, pero esté, esté se lleva la palma?

- ¿Le digo que pase?

- Si claro. ¿Crees que aguantara?

- Confío en el, es un buen alumno. Se ha quedado sin familia, necesita a alguién que lo guie.

- Querida Mariom, ¿tanto confías en mi?

- Es un buen chico Iridiana, no lo trates mal ¿vale? Tienes corazón suficiente para no llevarlo por mal camino, aunque tu no lo creas.
Corazón. Era la palabra favorita de Mariom: corazón. Los humanos tienen corzón, un corazón que late y bombea vida a través de kilómetros de arterias. Un musculo que ama y sufre. Mariom si que tenía corazón, tierna, dulce, espontánea y luminosa, llena de la energía que a Iridiana le faltaba, con un corazón que bombeaba sangre por las dos.

- Mariom, quedate al menos una temporada con nostros. Dos semanas, no más. No te quiero por más tiempo cerca de mi, no es bueno para ti.

El muchacho entró desconfiado, le extrañaba mucho que una de sus profesoras le hubiera buscado, no solo un trabajo, sino también una casa.

- ¿Como te llamas? – Preguntó sin ni siquiera levantarse

- Felix.

- Toma asiento, Felix – y mirando a Mariom comentó- habrá que hacer algo con su nombre, ¿no crees? Necesitará algún disfraz, y no hay mejor disfraz que un nombre falso. Lo de Klar Ken, creedme, no es solo cosa de las gafas. Mariom, ¿nos haces un te?

- No me gusta el té, pero gracias señora. – contesto amablemente el chico, quien cohibido no dejaba de refregarse las manos.

- No tomas te … - murmuró.

- Lo tomaré si usted lo desea.

- Aaaaaag, no seas pelota. Toma lo que te venga en gana. Y no me llames señora. Señorita esta mejor, sino me siento vieja.
En verdad Iridiana no parecía vieja, a su espalda corrían ya algunos años, pero su cuerpo era aún joven y fuerte. Nadie sabia exactamente la edad que tenía, hablaba de un modo extraño y mantenía algunos modales que parecían realmente arcaicos, como la manía de que la llamaran señorita y la trataran de usted. No le importaba nada, y a veces el lenguaje de sus conversaciones se tornaba turbulento. Felix no tardó en quedar fascinado por aquella personalidad tan potente, tanto fue así que durante un par de minutos no fue capaz de reaccionar como una persona normal.

- Escúchame, y escúchame bien. No tengo ningún aprecio por mi vida, simplemente porque no es mía, me importa un bledo lo que me pase, y me importa un bledo lo que te pase a ti, asique mientras estés en esta casa, mientras comas, duermas o cagues aquí, ándate con ojo. El láudano puede caérseme en tu sopa, o un cuchillo de carnicero puede descuartizarte sin querer mientras duermes. ¿Entendido?

- Ehmmm, no- dijo sonrojado y temeroso

- Mas sencillo: si me disparan, acuchillan, tiran desde un puente, envenenan o descuartizan, yo no me haré responsable de lo que te pase a ti. ¿Queda claro? Si te digo que te quedes, te quedas, y si desobedeces te rescatarás tu solo, ¿queda claro?

- Si.- dijo frunciendo el ceño y diciendo para si “loca”. Mariom le había advertido de que disfrutaría asustándolo y de que aunque su vida era a veces un poco sobresaltada, la mayoría de las veces no pasaba nada en aquella gran casa.
Poco sabía Felix de todo lo que había pasado. De que había pertenecido a otro mundo, de que la habían robado de el, de que su cuna ya no era su cuna, ni su cuerpo su cuerpo, de que nada le pertenecía y de que ni siquiera su nombre era verdadero. Pero había tiempo, lo descubriría.

Iridiana, la tierra de los trigales.


CAPITULO 2: la no muerta.

Hay muchas razones para que un féretro este vacío. La principal es que nadie se haya muerto, y la menos usual es que alguien intente hacer desaparecer un cadáver. De todas la conjeturas que podrían hacerse ninguna es ni en lo más mínimo la más acertada. Ni siquiera las dos primeras. Porque, en realidad, nadie había echo desaparecer el cadáver, y lo más sorprendente de todo, es que en realidad nadie había muerto. ¿O si? La verdad es que el sentido común no nos permite pensar en lo más sencillo: ella se levantó y se marchó.
Aquella tarde de camino al supermercado, sumida en ensoñaciones literarias, no se percato de cuantas señales la conducían a su propia destrucción, como un suicidio que no se había planeado. Pequeñas, minúsculas cosas fuera de su rutina la habían conducido a encontrarse con Cristobal, a dormir en casa de el y finalmente a resbalar en su ducha.
Pero más fascinante aún fue no el “como murió”, sino el “como no murió”.

Cuando abrió sus ojos la oscuridad que contempló le advirtió de que algo andaba mal.
- ¡Estas loco! – gritaba alguién no muy lejos.
Intentó estirar los brazos, moverse buscando el espacio que la rodeaba. Todo tenía tacto a satén. Parecía estar en lugar muy estrecho, de tela confortable. Tenía una pequeña almohada en la cabeza y un traje. Pero ella nunca llevaba traje. La oscuridad y el satén le dijeron que nada andaba bien. Asustada dio un golpe en los laterales de aquel espacio angosto, primero uno, luego otro, cada vez más fuertes hasta que alguién, lloroso, se acercó y dejo entrar la luz levantando una tapa.
- ¡Dios mio! – dijo un rostro deformado por lágrimas y horror
Ella se incorporó desconcertada. Su traje era negro, y el satén era blanco, muy blanco. Tres pares más de ojos la miraban estupefactos. Miró a su alrededor preguntándose si sería una broma, si era un mal sueño, un largo y terrible sueño. Dos coronas de flores le recordaban que sus allegados la querían, y los ojos llorosos de él le pedían perdón. Ella clavo sus ojos en los vidrios de lágrimas de el y entonces la sintió. La nada dormía en su pecho sustituyendo los latidos del corazón, su abdomen no se inflamaba con el aliento, su blanquecinas manos parecían mármol, piedra inerte. Olía a cera quemada y a hierbas aromáticas, pero no podía sentirlo.
- Que me habéis hecho – dijo perdiendo la mirada en el abismo del horror. – que me habéis hecho …
Cristobal no dijo nada, solo se acerco a ella y la abrazó tiernamente. El calor de su pecho, lleno de amor y tristeza no logro calentar la piel congelada de ella, quien con los ojos puestos en el vacío, seguía con su letania:
- Que me habéis hecho.

Los tres pares de ojos destilaban alegría. La habían traído de vuelta, ya no estaba sumida en el sueño eterno que aquel accidente le había regalado. Había regrasado y apasar de ello sus ojos, la única parte de su cuerpo realmente viva repetían como un eco dirigido a la oscuridad:
- Que me habéis hecho.

Iridiana, la tierra de los trigales.

CAPITULO 1: El puzzle del destino.


Sabedes que todos os anos por estas datas tento en valde contar algunha historia de medo. Por aqui xa pasaron pois, bruxas, rapaces que escoitaban voces, mans picudas, mouchos, una muller- lobo ( ou o que demo fora) e unha ánima. Este ano volverei a intentalo pero antes debo avisarvos, porsuposto, de que poida que non haxa máis capítulo cá un. E tranquilos, non creo que vos de máis medo que a voz dun Dalek en VSO.

Por certo, desta volta esta en castelán. Comezou nese idioma e nese idioma quedará, xa sabedes que teño por norma non traducir, é dicir: o que se comeza en galego sera galego por sempre e o que se comeza en castelan en castelan por sempre ( certo é que ás veces, moi raras veces faco escepcións).


Escribir historias de amor de camino al supermercado no es bueno. Puesto que se carece de papel se corre el peligro de que algunos de los personajes se queden colgados de las estanterías, encajados entre los productos o retozando sobre las lechugas, o que al regresar a casa se vayan borrando de la memoria las palabras mejor tejidas, o que alguno de los protagonistas se quede sentado en las escaleras en huelga, esperando a que le des forma. Por suerte ella no se había encontrado todavía a ninguno de aquellos seres esperándola en el ascensor, las escaleras o robándole su sitio del sofá, todos ellos sabían que si se amotinaban sería su fin.
Aquella tarde de camino al supermercado, en ensoñaciones literarias sin previsión de un futuro largo, cambiaría su vida pero eso, claro, no lo sabía. Ni sabía tampoco que si ella no hubiera salido cinco minutos tarde y que si ellos no hubieran olvidado el paraguas en la biblioteca, y que si su atajo de siempre no estuviera cortado por culpa de un atropello su vida hubiera transcurrido como hasta a aquel entonces, silenciosa y tranquila como un río que fluye y fluye en una eterna tarde primavera.
Así pues aquella tarde que cambiaría su vida cerró la puerta tras de sí con vueltas de llave y se encaminó distraída a su destino, sin saber que jamás regresaría o que al menos, al abrir de nuevo aquella puerta ya no sería la misma.
Jamás llegó al supermercado, pues al cambiar su camino de siempre se encontró con Cristobal a apenas 30 de la puerta del supermercado. Y si en vez de pararse a hablar con el hubiera acelerado el paso y entrado en el local, no habría pasado nada. Simplemente su cartera pesaría menos. Pero no lo hizo, no llego nunca a entrar, le miro, le sonrió, y se olvido de todas la razones que tenía para estar enfadada con él. Bastaron tres minutos para que ella accediera a cenar con el, en su piso, como tantas otras veces, y más tarde, le bastaron un par de caricias para convencerla de que ella era única. Y ella, por supuesto, se dejo engañar dulcemente por que el mundo no esta como para permitirse malgastar amores.
***
Si hubiera un ranking de muertes estúpidas la de ella sería probablemente la primera. Fue una mañana de junio, soleada y alegre. Eran las nueve de la mañana, se levantó de un salto cantando, como tantas otras mañanas de junio, julio o diciembre. El dormía apaciblemente a su lado y de vez en cuando podía escuchar alguno de esos sonidos que el sueño profundo deja escapar. Se fue a la ducha y abrió su armario de jabones naturales, le encataba coleccionarlos y levantarse cada mañana pensando en escoger el perfume apropiado para el día: rosa, lavanda, violeta, naranja, café, menta, fresa, … Era su pequeño tesoro.
Aún hoy es capaz de recordar las imágenes que pasaron por su cabeza cuando abrió el jabón de menta. Un jardín al lado del mar, y la brisa fresca del atardecer perfumada por el aroma de la menta, que calentada por el sol hacía notar tiernamente su presencia. Ese fue el ultimo olor que pudo disfrutar en esta vida, y precisamente por eso no podía olvidarse de el, por que uno no necesita tener ya sentidos para recordar las cosas hermosas. Después de elegir el jabón fue tranquilamente a la cocina a hacer café pensando que el aroma tostado y suave despertaría a su chico, como a así tristemente fue. Después de dejar el café en el fuego, mientras los rayos de sol bañaban la piel de su amor, se metió en la ducha. Disfruto del agua acariciando su piel, las burbujitas de jabón jugueteando con el agua y su cuerpo, se lleno de menta, y dejo que las caricias de la noche anterior se fueran por el desagüe, canturreó un poco, cerró el grifo y se envolvió en la toalla. Salió de la ducha, envuelta en su toalla verde, a juego con su jabon favorito, su pie resbaló sobre el suelo mojado por las lagrimas que caian de su pelo, cayo sobre el borde la bañera, con los ojos abiertos y una sonrisa de placided en la boca. Asi se despidió de este mundo, con el olor de la menta inundando las fosas nasales por las que se escapo su ultimo aliento. Un abrazo escarlata, como una aureola santa fue envolviendo su cabeza mientras el eco del café cantaba amargamente una canción de despedida.
Nunca supo si había sido Zeus con su rayo, o el dios bíblico con su sabiduría, el que había designado que aquel dia, en aquella mañana normal, soleada y feliz, su vida ya no sería suya. Y jamás lo sabría.
Sus oídos y ojos, aun vivos, a pesar de que ya le puso se le había escado vieron el rostro amado, y sientieron los sollozos y gritos de aquella alma compunjida. Le hubiera gustado consolarlo, pero una fuerza desconocida la alejaba de el y de su propio cuerpo cada vez que intentaba aferrarse a aquel mundo. Y a pesar de que la voz de su chico seguía sonado, cada vez lo hacia mas y mas lejos, hasta que se convirtió en un eco lejano y sin sentido. El mundo desapareció, simplemente se borro, y quedo en su alma grabado como un recuerdo dulce y monótono. El café seguía despidiendo su grito tostado en la cocina mientras el aun envuelto por el velo del sueño gritaba el nombre de ella suavemente.
Lo que vino después no debe mencionarse. Un baile de lágrimas y crisantemos cruzo la ciudad para darle sepultura. Gafas de sol y ropas negras, nada importante o anormal. Los único que ellos no sabían era que transportaban un ataúd vació. Ni siquiera su padre, el único hombre de la familia que no había querido gafas de sol, se dio cuenta, es más, mientras sacaban el ataúd y los guiaban por los caminos del cementerio, intentaba buscar en el peso que cargaba sobre su hombro un indicio de vida, un movimiento, un ruido, algo que justificara el abrir la tapa para levantar a su Bella Dumiente, a su Blanca Nieves de ojos verdes. Solo Cristobal sabía que le rezaban a al vacio pero no por eso su dolor era menos, sus tripas se retorcían , su cabeza le dolia tanto que creía que iban a estallarle hasta los globos oculares, le costaba respirar, y lo único que deseaba era salir corriendo. Pero ni el padre abrió el féretro, ni Cristobal corrió, ni el sol se digno a aparecer aquella tarde.