domingo, 6 de noviembre de 2011

Iridiana, La tierra dos trigales 12.


CAPITULO 12: ¿De que me conoces?



Cuando bajaron del coche Kellner esbozó una sonrisa. La niebla velaba de blanco la noche y las sombras de los cipreses, largas y temibles podrían adivinarse entre los arapos nocturnos. No sabía por que pero desde bien niño siempre había pensado en los cipreses como gigantes que custodiaban un mundo secreto. Iridiana tomo tres linternas del coche y se encamino a la puerta muy a pesar de las protestas de Felix.
- Callate bollito, esta noche no volverá a ser la misma – dijo
- ¿Vas ha hacer lo que creo que vas a hacer? – preguntó Kellner
- Te prometí que algún día lo haría, ¿que mejor día que este? – dijo Iridiana con cara de loca.
Los guó sin dudar entre los nichos, panteones y tumbas hasta llegar a las filas de columbarios. La niebla comenzaba a disiparse muy lentamente y podía ya olerse el aire fresco de la mañana. Llegados a cierto punto Iridiana paró y apunto con el haz de luz:

Inés Martel
Que los ángeles te cubran con sus alas,
Igual que nosotros con nuestras oraciones.

Decía una lápida blanca y vieja. No había fecha de nacimiento ni de defunción pero se podía adivinar por el estado del nicho que habían pasado muchos años.
- Os he traído por que creo que voy a necesitar vuestra ayuda.
- ¿Estas segura? Contigo al final siempre es del revés.
- Tenemos que encontrar ese hueso que falta. Alguien ha tenido a Inés Martel todo este tiempo, y no solo su cadáver, también su ataúd. Asique supongo que en el lugar donde debería haber estado su ataúd debería haber algo más.
- ¿Vamos ha asaltar una puta tumba?
Iridiana la miró con cara de enfado y le tapó la boca.
- Ese no es lenguaje para un lugar como este. Podrías molestar a alguién y eso no sería nada bueno para ninguno de los tres. – comentó Kellner.
- No vamos a asaltar una tumba cualquiera, vamos a asaltar la mía.
Kellner conocía la historia de Iridiana desde su nacimiento hasta su muerte, hasta sus dos muertes. Le costaba mucho creer que alguien pudiera regresar del otro lado. Pero su mente de científico reaccionaba ante las pruebas, y todo lo que había vivido hasta entonces con ella era coherente con lo que contaba. Supo, desde aquel día en que la encontró en la facultad, que sus ojos necesitarían por siempre mirar a través de su hielo si quería seguir vivo, si quería aprender a vivir y enseñarles lo mismo a sus hijos. Si Iridiana no hubiera sido Iridiana, sino la joven Inés Martel, y si el hubiera nacido unas cuantas décadas antes, hoy estarían casados y calcetando jerséis para sus nietos.
- Venga, chicos, sacad la lápida.
La tumba justo a la altura de los ojos, les costó un poco sin unas escaleras la sacar la piedra sin que se cayera. Iridiana apuntó con la luz de la linterna al interior, pero era demasiado baja para poder ver hasta el fondo. Felix se dió, y sin preguntar la cogió en brazos para subirla.
- Ayudame- dijo- tengo que entrar.
- ¡¿Que?!
- Vamos, hay algo en el fondo, tengo que cogerlo.
Iridiana entró dentro del agujero, era angosto, más de lo que se había imaginado y olía a humedad, podía verse como el agua de la lluvia había entrado por las juntas del hormigón, por un momento agradeció que nadie estuviera enterrado arriba. Enseguida cogió el libro que había en el fondo y sosteniendo la linterna con la boca lo abrió con las dos manos para ojearlo.
- ¡Iridiana! – susurró Kellner – Iri, viene alguién.
Pero ella no escuchaba, ni leía. Se imaginaba que habría pasado si ellos no se hubieran apiadado de ella, se preguntaba si su alma habría pasado la eternidad atrapada en aquellos huesos que estaba en su sótano, o si habría estado encarcelada dentro de aquel campo sagrado, o peor aún, dentro del nicho de aquel columbario. La eternidad, sola, sin vecinos habladores, esperando el juicio ultimo que jamás llegaría, al menos no para ella ( incluso el de la humanidad era muy dudoso). Luego se habrían esparcido sus huesos por el mundo, y ella dejaría de ser ella, no estaría jamás completa, jamás abarcaría la unidad del mundo. Estaría, literalmente, en el infierno. Cansados de esperar los dos jóvenes metieron las manos en el hueco húmedo y tiraron de ella.
- Vamos- dijo Kellner cogiéndola de la mano y llevándola tras unos matorrales. Felix los siguió luego de recoger el libro y la linterna que se le habían caído a la mujer de hielo.

Una figura anunciada por la luz de su linterna se aproximó también a la tumba.

- ¿Quién será? – Preguntó Felix.
- Iri, ¿alguna idea?
Pero Iridiana no dijo nada, permaneció callada clavando sus ojos en la noche y en aquella figura, escrutándola hasta el fondo, mirándola directamente a su alma. Había algo conocido en ella, en su aura.
- Carlota Matias. – susurró con tono de asombro.
- ¿Cómo puede ver algo, yo no alcanzo a distinguir nada?
- Por que yo veo con los ojos del alma.

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