
CAPITULO 14: Que no te escuchen.
CAPITULO 15: ñam ñam, pastelito.
CAPITULO 16: Lo intetamos, ellos son testigos.
CAPITULO 17: El primer beso de la parca.
***14***
Iridiana, totalmente recuperada se levantó y se arrodilló al lado de Felix.
- Su alma grita, grita como gritaba una vez la mía. - Yo quería que dios me escuchara,- pensó mirando al muchado y acariciándole la mano - al menos que el lo hiciera, por que tenía la sensación de que nadie más lo hacía. Pero nunca se puede estar de seguro de que los de arriba te escuchen, por que aunque sean ultrapoderosos, están lejos, y nuestras voces humanas no pueden llegar a sus oídos. – y comento luego en voz alta – No grites tan alto, si te escuchan será tu perdición.
Mirándolo entró sin querer en su mente, como minutos antes lo había hecho para alimentarse de sus pensamientos, pero esta vez, saciada ya su hambre, pudo distinguir entre sus gritos todos los recuerdos que le hacían implorar tan amargamente a los dioses: Felix de niño riendo, Felix de niño cantando, Felix de niño llorando. ¿Sabes por que te llamas Felix?, le preguntaba su madre, por que yo misma me encargaré de que seras feliz, tu y tus allegados, yo misma me encargare de que la luz de sonrisa no se apague nunca. Felix jugando, Felix amando, Felix llorando, Felix solo. Irdiana cambiándole el nombre: Felix es demasiado optimista. ¡Oh! Dioses, no hay nada bueno en su nombre. Ni una sola cosa hermosa que merezca la pena rescatar entre sus letras, solo su alma aún limpia, solo ella, inocente como el primer día, a pesar de todo, Felix sin sonrisa. ¿Por qué solo había una tormenta cruel sobre todos sus recuerdos, una tormenta tan salvaje y negra y que borraba toda luz de vida? Felix se consumía a si mismo, olvidándose de lo que era la vida, de lo que había sido la vida. Esta solo, solo, solo, solo, solo, solo , solo, solo. No dejaba de repertirselo. Pero ¿y Mariom? No estas solo, pensaba Iridiana, no lo estas, hay mucha gente que te quiere, mira a Mariom, te adora, te adora como yo te adoraré algún día. Vive Felix, vive, que no es tu hora, yo lo veo, yo veo que no es tu hora, dejarás tu nombre en el mundo, y sonreirán al pronunciarlo, al recordarte, yo lo sé, yo lo veo. Felix, vive.
- ¿Que ha pasado? – pregunto despertando poco a poco de su letargo
- Iridiana, deberías contárselo. – aconsejo Kellner.
***15***
Ñam ñam
¿Cómo podía contarle eso? Antes nunca había necesitado contar nada, normalmente la gente a su lado lo descubría tarde o temprano. Era más sencillo para todos y sonaba menos imposible. ¿Cómo podía explicarle que su vida era en realidad retales de otras? Nadie en este mundo podría entender su funcionamiento, su nueva fisiología, sus nuevas necesidades. Algunos le habían pues nombre, en efecto, ¿pero darle un nombre sería suficiente para contenerlo?
- Iridiana, ¿Qué pasó en el cementerio?¿que me ha pasado a mi?
- En el cementerio, algo que ya no pertenece a este mundo, quiso llevarme con él.
- Y le faltó poco, muy poco. Me agotó. Estaba enfadado conmigo, y me agotó…
Hubo un largo silencio. Iridiana pensó en como lo había descubierto Mariom, y luego dirigió sus ojos a Kellner, quién le había entregado prácticamente la vida una noche de verano.
- ¿Sabés lo que es un vampiro? – Kellner dio un respingo. No se imaginaba que sería tan directa.
- ¿Te atacó eso? ¿Existen?
- ¿A mi? No. Te ataco a ti.
En un gesto inocente e infantil Felix se palpó el cuello en busca de marcas. Iridiana esbozó una sonrisa nerviosa.
- Felix. Yo soy el vampiro, un vampiro psíquico.
- ¿Qué?
- Cuando alguien regresa a este mundo como yo, tiene que alimentarse de algo. La energía que yo necesito es distinta a la vuestra.
- ¿Que?
- Felix …
- ¡Soy tu puta comida!
- No lo digas así, ni lo pienses. Si lo piensas sonara peor. ***
- Soy tu puta comida.
- Su pastelillo, ya te lo dije- contestó con sorna Kellner.
- Eres más que eso. Eres …
- ¡Que! ¿Por eso estoy aquí verdad? Por que mi vida no me importa y puedes alimentarte de ella a placer …
Iridiana se levantó del sofá y tomó a Felix de la mano, llena de enfado y rabia se encamino hacia el sotano tirando de el como si de un niño de cinco años se tratara. Lo arrojo delante del ataúd y abrió la tapa con furia. Mientras se había alimentado de Felix había recorrido cada uno de los pasillos de su memoria, cada una de las estanterías de sus deseos y recuerdos. Sabía perfectamente que a Felix no le importaba morir, sabía perfectamente que la noche en que Mariom lo llamó el pretendía quitarse la vida, pero aún no había dedido como, solo por falta de valor aunque no de ganas.
- Mirala. – dijo con fiereza - ¡Mírala!
Pero Felix intentaba continuamente apartar la mirada. Kellner observaba en silencio.
- Mírala. Mirale la cuenca vacia de sus ojos y su piel verdosa y mugrienta. Antes era como yo, tersa, joven, deseable. ¿Y que queda? ¡Yo seguiré aquí cuando ella sea polvo, cuando tu seas polvo y cuando Kellner lo sea! Es mi infierno. Es mi infierno particular. Tu no estas solo, nunca estarás solo. ¡maldita sea! A mi se me arrebató todo lo que amé, y se me seguirá arrebatando eternamente. Tu no, tu lo tienes todo aún. ¿No lo ves? ¿No ves que hay gente que te quiere y se preocupa por ti? Mariom la primera. ¡Vive joder! Deja de quejarte y vive.
Kellner, callado y observador como siempre no entendía de que estaban hablando. Felix sin embargo sentía las palabras de Iridiana revolviéndole las entrañas. Claro que estaba solo, sin padres, sin hermanos, sin familia, y sin amigos. Solo Mariom le había dado un poco de luz, y solo por que el era un blanco perfecto.
- ¡Sal de mi cabeza! – grito Felix al saco de huesos que tenia delante. – ¡sal te digo! Yo quiero irme con ellos, eso es lo que quiero, irme con ellos, a donde estén. – sollozaba
- No te irás con ellos, por que no es tu hora. Te quederás aquí, a mi lado, y serás alguien de provecho, dejaras tu huella en este mundo, tenlo muy claro, tu no serás un canto a la insignificancia de la existencia. Yo me encargaré de eso.
- ¿Y tú que sabes si es mi hora o no? Yo lo decidiré.
Iridiana cayó por un segundo, lo miró silenciosa y serena. Kellner temió por un momento la respuesta y decidió contestar el.
- Es una parca Felix. Ella lo sabe.
- ¿Que?
La muchacha lo miró severa. Una parca, pensó, que ocurrencias. Aunque no era tan descabellada aquella idea.
- Si decides irte antes de haber terminado lo que tengas que terminar aquí, entonces créeme, jamás podrás reunirte con ellos. Yo no sé porque, y no sé cómo. No entiendo los engranajes, solo los conozco, y puedo verlos, por que como bien ha dicho Kellner, mís ojos son los ojos de una parca. Así los llamáis.
- Estáis locos. Locos.
- Como tú. Una persona normal se habría ido en el mismo instante en que abrimos ese ataúd. Y tu sigues aquí. Te cuesta, si, pero aquí estás. No me digas entonces que no quieres quedarte con nosotros y vivir nuestra locura hasta el final. No puede ser que yo me equivoque tanto.
***16***
- Para ella es como respirar. No es su culpa, no puede evitarlo. Y, si estás cerca, serás siempre su blanco. Mariom lo fue durante mucho tiempo, incluso yo fui de ella una vez. No es malo, ni bueno. Solo es. – le dijo Kellner en la cocina mientras preparaban el té de la despedida
- No se … - contestó colocando las tazas en la bandeja de plata
- Me hubiera quedado con ella hasta el final. Hasta mi final.
- Esto no puede acabar bien.
- Si no te quedas nunca lo sabrás.
- ¿Merece la pena?
- La merece.
- Tú no te quedaste.
- Eso es una larga historia.
Tan larga y dolorosa que la misma Iridiana sintió en el fondo de su pecho como los recuerdos se agolpaban en la mente del hombre. Lo habían intentado, astros, dioses y parcas eran testigos de que lo habían intentado, pero no bastaba. No bastaba haberlo intentado.
- La besé una vez – comentó Kellner – solo una vez y sin embargo pesa en mis memoria más que ningún otro beso.
- ¿Por qué no estáis juntos?
- ¿No es obvio? Cuando tu y yo nos vayamos ella seguirá aquí.
Felix bajó la mirada.
- Dentro siglos seguirá teniendo 20 años. 25 o 29 a lo sumo. Quizás incluso tenga otro rostro.
El mismo Kellner la había conocido con otro rostro, más anciano, más cansado, más lejano y distante. Ya la había amado entonces, aunque el era muy niño, y ella muy vieja, sus corazones ya habían palpitado al unísono una vez. Y, cuando por arte de magia la senectud dio paso a la juventud la amó aún más, tanto que un día otoñal en la playa, no pudiendo aguantar más aquellas ganas inmensas que tenía de amarla se arrodilló frente a la muchacha, perdida su alma en la inmensidad del mar, y mientras sus ojos naufragaban en el horizonte, él escribió sobre la arena, a sus pies: “te quiero”. Ella bajó de repente sus ojos como si las olas le hubieran susurrado que lo hiciera. Al leerlo cayó de rodillas con los ojos llenos de mar y lo abrazó tan fuerte que no tuvo necesidad de pronunciar ni una sola palabra porque su alma entera lanzaba un grito infinito: yo también a ti.
- Lo intentamos. Lo intentamos. Pero no nos dejaron. Y ella no volverá a mar en mucho tiempo. Yo no volveré amar así nunca.
***17***
- Escucha Iri. Llámame siempre que lo necesites. – dijo ya en la puerta.
- Siempre lo hago.
- Lo sé. Pero quiero que me necesites más
Iridiana bajo la cabeza en un gesto infantil. Si hubiera podido se habría sonrojado.
- Ten cuidado con Carlota ¿Vale? Aunque tu no quieras creerlo puede que ella tenga ese hueso. Y aunque tampoco puedas creerlo quizás te pueda hacer mucho daño.
- Magia negra. Paparruchas.
- ¿Lo dices precisamente tu?
A pesar de todo lo que había visto, vivido, revivido y resucitado Iridiana, como Inés, seguía pensando que aquello de la magia negra era un cuento, un cuento que en su caso había sido real pero que no tenía por que ser así siempre.
Kellner se acercó despacio y le dío un beso en la comisura de sus labios. Iridiana sonrió cerrnado poco a poco la puerta si ndejar de mirar a Kellner.
- ¡Felix! Que no me moleste nadie hasta nuevo aviso- gritó.
Iridina subió corriendo las escaleras y se encerró en su habitación bajo llave. Se sentó en su escritorio y tomó sus cuadernos para ojearlos, para revisar las vidas de cada uno de sus personajes y sumergirse en aquel mundo de papel deseando que l tinta fuera en realidad real, y que lo real fuera verdaderamente tinta. Los cuadernos comenzaban a una edad temprana y terminaban el 28 de octubre de 1960. Jamás había llegado a poner por escrito la última de sus historias. ¿Para que seguir escribiendo? Su vida era ya una novela y la eternidad ya no tenía cabida en las palabras. Su condición ya no era humana y cada día que pasaba se le hacía más difícil usar aquella lengua tan … humana.
Su primer beso. Allí estaba, en forma de verso, descrito minuciosamente, desgranado y saboreado mil y una veces. Leyendolo era la única forma que tenía para volver a sentirlo, a recordarlo, pero ya no era tan intenso como antes, su primer veso se desvanecía entre la neblina del tiempo. ¿Qué pasará cuando sea vieja?, pensaba, ¿tan vieja que cuente milenios y no años? Igual no estaba muerta, sino que agonizaba cada día hasta que llegara un tiempo en que ya no fuera ella misma, un tiempo en el que desaparecería todo lo que había sido en vida, entonces solo entonces y solo posiblemente se convertiría en una de ellos.
Su primer beso, en verso. Al menos le quedaba el consuelo no se lo había dado a Cristobal. El cobarde Cristobal, el hombre que se había llevado todos sus sueños y esperanzas en menos de un suspiro. Iridiana pasó la mano por el esternón y respiró profundamente, incluso aquel cuerpo ajeno podía revivir su dolor al ser atravesada por la estaca. “Si yo hubira nacido un poco más tarde, si Kellner hubiera nacido un poco antes, entonces todo sería diferente”.