Mostrando entradas con la etiqueta derramamento de tinta e letras. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta derramamento de tinta e letras. Mostrar todas las entradas

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Pero nunca llegas ...


A veces imagino que estas sentado a mi lado, en el balancín del jardín, escudriñando con tus ojos marrones la pequeñez de mi barrio. A penas cinco casas lo llenan, repartidas aquí y allá en la verde esencia de los campos. No se quién eres, ni sé como te llamas, pero sé que tu corazón, aunque lejano, palpita al mismo ritmo que el mio cuando cae sobre el jardín la luz rosada del atardecer de finales de agosto. Imagino que rozas levemente mi mano, y que con ese gesto mueren miles de palabras en tus labios, no las necesitamos, comtemplamos en silencio ese gran eucalipto que crece en la encrucijada. Él, con su frondosa copa, ha estado ahí desde mi infancia, y era niño cuando mi abuela era niña. Él agitaba sus ramas cuando lo sacudían bofetadas de vendaval, y aullaba dolorido mientras poco a poco entre las nubes plomizas de la mañana iba colándose el sol, su voz entre el viento era mi canción para ir al colegio. Pienso que el universo debe ser como ese árbol, frondoso, verde, enigmático, que toda la vida se resume en sus hojas y en sus raíces, y en sus semillas. Lo contemplo y creo que miro directamente a Dios, o al universo, o a ti. Es redondo, robusto y perfecto para haber crecido solo, sin la sombra ni el abrigo de otros compañeros.  
A veces imagino, cuando los muros de la casa parecen inclinarse sobre mi, que suena el timbre y que al abrir se recorta en el umbral tu silueta. Sé que tu voz es cálida, que tu mano es firme, que tus ojos son marrones, pero no se nada más de ti. ¿O Miento?, sé que cuando apareces mi corazón si agita y una sonrisa, una de esas sonrisas que brotan desde lo más profundo del alma, enciende mis mejillas y se dibuja sobre mis labios. Tu sabes que sobre ellos hay miles de besos esperándote.
A veces te espero, sentada en mi butaca, con una taza en la mano y los ojos llenos de nostalgia. Nostalgia de recuerdos que aún no hemos fabricado juntos. A veces te espero, pero nunca llegas.
Celeiro de Mariñaos,
Agosto 2012

lunes, 5 de marzo de 2012

Te tendré

E. Maseda
Romperé contra la pared mi puño,
Quemaré como pueda mis sesos,
Promoveré la revolución de mis miedos,
Me agitaré,
Seré la anarquía de mi ser, 
La guerra de mis entrañas,
La rebelión de mis pensamientos,
Hasta que te tenga. 
Las olas de mi pasión golpearán  mis acantilados,
Y aunque tenga que lanzar puñetazos al azar entre tinieblas,
Y aunque por ello se agite entera la Tierra,
Te tendré.
Aunque no quieras mirarme,
Aunque te niegues a amarme,
Te tendré.
Te obligaré a ahogarte en mis ternuras,
En mi calidez toda,
A probar mi miel.
Y te tendré.
Aunque ello me cueste la vida,
Aunque mi corazón se vuelva mármol,
Te tendré.
Y aún cuando yo te haya olvidado
En alguna noche entre el temblor de las estrellas,
Tus ojos,
Sin que tu quieras,
Me habrán llorado …

sábado, 3 de marzo de 2012

O documento número sete

Ás veces sento aquí e pensó con cantas palabras mancillei xa este teclado. E cada vez que sento aquí non poido evitar abrir un documento e escupir nel todo o que se me pasa por dentro. E sempre que sento aquí e lle dou o seu punto e final ó documento, acabo por borralo, letra por letra, e pensando en cantas veces da miña vida borrei agaramos tal é como fago coas letras.
Cada un dos meus amantes foron como os documentos en branco que abro case cada día. Uns foron queridos e outros tan so fillos da rutina do desexo, pero ningún fuido susperar nunca as expectativas do meu documento en branco. Ningún. Ecriboos e esquezoos, amoos e esquezoos, votos cun sorriso traídos nos beizos, logo de sentir as súas metáforas chegando moi adentro, logo de subir entre os versos ata o primeiro chanzo do ceo. Só a un volvo sempre, coma un novo libro, como un novo e descoñecido amante: o documento número sete.
Sete cae de súpeto sobre os meus beizos, queima os meus peitos, escravizame continuamente, prende os meus pensamentos con cadeas de careicias, arrástrame, pérdeme, entra no meu ser e borra todo o anterior, todo o futuro, pensó so nel, no seu papel, no seu código binario transmitíndose en pulsos e impulsos e fluidos e xemidos a través da miña consciencia. Sete. Sete materializase en min seguindo o ritmo da miña impresora.
Cando sento aquí pensó en tódolos meus amantes, nas verbas que me deixan penduradas dos idos, en como me chaman de tódalas formas posibles: miña, miña, miña e as miñas bágoas, como un truco de escapismo, irrumpen polas miñas meixelas na xeografía do meu corpo e coa súa cálida e salgada lingua de tristura can cendo cada unha a través dos camiños que o documento numero sete abriu na miña pel.
Sete sen rostro, que busca coa súa man suave á miña musa e ma arrinca en laios de tinta. A miña musa convulsa e química que arde con tan só escoitar a súa voz, profunda coma unha fervenza de pracer oculta. Sete sen pel, que me leva ó inferno cando me cahama e me fala. Sete sen ollos que se craven sobre min no primeiro peldaño cara o cero. Sete, Sete, Sete ….

lunes, 14 de noviembre de 2011

Antes no dolía.




Adicta a escribir pasadas las doce, como si el velo de realidad con el que se disfraza el mundo durante el día se desvaneciera entre la niebla invernal de Göttingen. Adicta a escribir a horas intempestivas frases sin calidad y sin significado, lanzadas al aire helado de la globosfera sin ser consciente realmente de cuanta gente pasa por aquí. Muchos podréis decirme: chica, mira las estadísticas. ¿y que? Son puros números, cuentos chinos, cifras que suben o se estanca pero que jamás dejaran una huella indeleble en mi vida. ¿La dejaré yo en ellos? Claro que no.
Adicta a escribir a altas horas de la noche, dejando que mis dedos se derramen sobre el teclado como amantes llenos de pasión. Pero no hay pasión. Antes los dominaba un frenesí indescriptible que les hacia correr de aquí para allá sobre el teclado y sobre mi mente, haciéndole el amor a las ideas y la lengua, ahora solo pasean, como viejos cansados de su vida, sobre las letras negro de mi portátil.
Antes escribir no me dolía. Me estoy haciendo vieja y cada idea disparatada es apartada de mi cabeza con el cayado de la realidad, mi imaginación se ha quedado coja, o yo he encerrado a la niña que escribía. La niña que tenía ideas entre peculiares y comunes y que lo veía todo nuevo y joven. Hoy me habla mi voz anciana diciéndome, nada de lo que hagas será bueno, será original, será inteligente, será como antes. Antes escribir no dolía, y ahora es una batalla exasperante por abrir un surco de cultivo.
Adicta a decir chorradas a altas horas de la madruga, a crear castillos de realidad cuando antes eran de fantasía. Adicta a levantarles muros muy altos, tan altos que se pueda trepar hasta la luna, y luego derribarlos con un solo suspiro de tinta. Tachar los castillos, asediar mis palabras. Antes no dolía.
Adicta a la soledad de la noche. Por eso yo grito cuando cae el silencio sobre la tierra. Aunque miles de voces amigas resuenen sobre el horizonte diciéndome: estamos aquí, mis ojos ancianos no alcanzan a ver sus sonrisas. Aunque ellas al unisono me gritarán socorro yo no podría ayudarlas más que con nuevas palabras, aire tan solo derramado en busca de consuelo. Si las palabras fueran medicina, si fueran de veras compañía, entonces yo no estaría tan sola, ni ellos estarían tan lejos.
Adicta a la noche y su canto perpetuo de cosas inconfesables. Por eso escribir duele, pues en mi boca se apelotonan palabras que jamás deberán ser pronunciadas, ni tan siquiera para construir parábolas. Antes no dolía.
Y a pesar de todo, muy a pesar mío, sigo derrochando líneas, desgastando párrafos, tachando castillos y asediando palabras. Y a pesar de todo, muy a pesar mío, sigo escrutando el horizonte con la esperanza de encontrarle. A ella, a la compañía. Más allá de toda distancia y tiempo, una voz amiga que espante las noches y que se refugie en mi pecho.
¡Retirada! Gritan los generales. Es hora de dormir.



Veo pasar las horas
Pensando que no tendremos un mañana
Las afrento recordando lo que no fuimos
Y me rio por soñarlas contigo

Contigo soñé que yo era yo
Mas completa, más humana
Soñé que yo era yo
Y que del mundo no sabía nada

Por que nada importa
Cuando se cuentan las horas
Las soñadas, las pasadas
Y las nostálgicas

Yo no sé si habrá un mañana,
Solo sé que hay hoy,
Y que hoy te sueño,
Del resto no sé nada.






Emyl Maseda

jueves, 3 de noviembre de 2011

-Iridiana, la tierra de los trigales. 9 - 11


Un pouco de humor macabro para quitar a tensión dos capitulos anteriores ( bueno, ainda que tensión tensión non houbo moita, non)

PUESTA AL DÍA: Iridiana, Mariom y Felix reciben un curioso paquete. Un ataúd con los restos de Inés Martel. Pero ¿Quién es Inés?, ¿Es familia de Iridiana? Mariom tiene que irse mucho tiempo, Felix no entiende nada y nadie le explica nada. Iridiana esta fuera de sí. Sea quien sea quien le haya mandado a Inés, merece el cielo. Pero ... ¿quien es Martel, por que la quiere tanto Iridiana? y lo más importante aún ¿Felix existe o solo es un adorno de la trama?


CAPITULO 9: Directo al corazon.

- Kellner Miramar, ¿diga?
- Kellner, Kellner, Kellner. Siempre tan formal y elegante mi Kellner.
- ¿Iridiana?
- Sep – dijo con una sonrisa picara
- ¿Iridiana Cobo?
- Esa soy yo. – Contesto retorciendo el cable del teléfono con el índice y enrollándoselo.
- ¿Qué ha pasado?
- Necesito que mires si tengo todos los huesos en su sitio.
- ¿Qué has hecho esta vez?
- Tu solo haz lo que te digo.
- Siempre tan oscura y misteriosa, mi Iridiana. Pasado mañana estaré ahí.
- ¿Vas a dejar a Ines Martel todo ese tiempo en mi sotano?
Hubo un largo silencio
- Esta noche estaré ahí, esperadme levantadas las dos.
Iridiana colgó el teléfono y se volvió a Felix con una mirada radiante.
- El profesor Kellner Miramar podrá ayudarnos con nuestro pequeño problema. Lleva años esperando a que apareciera ese cadáver.
- ¿Es que no le asusta que alguien le haya mandado un cadáver?
- Me intriga, más bien.
- Esta usted loca. – dijo bostezando.
- Deja de parecer un niño llorica, todo a su tiempo. ¿O es que no te gustan los misterios? Kellner, Kellner. Dime, Adrien, ¿Sabes cocinar?
- ¿Adrien?
- Si, ¿no te gusta?
- Me gusta mi nombre, Felix.
- Pues a mi no, y tendrás que cambiártelo.
- Y si, sé cocinar. – comento encaminándose a la cocina.

Dentro de la cocina Iridiana corrió de un lado a otro como una loca, cogiendo harina, huevos, leche y un montón de otras cosas que Felix desconocía. Su pelo estaba sorprendentemente enmarañado, su sonrisa gélida extrañamente cálida, y sus ojos desorbitados. Parecía una bruja, una bruja hermosa y loca, pero una bruja haciéndole el amor a sus pócimas.
- A Kellner le encantan los bollos de canela suecos. Hornearemos unos cuantos. Le gusta también el pastel de zanahoria. Podriamos comérnoslo mañana. El siempre viene con prisa, pero al final siempre me hace compañía unos cuantos días, soy como su hermana pequeña, aunque mejor me quedaría la etiqueta de abuela …
Félix no supo en que momento desconectó, cual fue la última palabra que escuchó, simplemente permaneció parado en medio de la cocina.
- ¿Qué te parece?
- …
- ¿Daniel?
- ¿Eh?
- Asique te gusta Daniel, con acento en la primera sílaba.
- ¿A mi? No – y justo en ese instante recibió una nube de harina y una lluvia de sirope de chocolate.
- Aunque me convierta en pastelito no pienso cambiarme el nombre.
Cuando Felix despertó estaba cubierto de harina y chocolate sobre el sofá. Se escuchaba barullo de cacharros en la cocina y el timbre de la puerta no dejaba de sonar.

- Por Dios, ¿Acaso está metida en la cocina?

Felix no respondió solo se miro las mangas del jersey cubiertas de harina, chocolate y … ¡Masa!

- Creo que eres oficialmente su pastelito – dijo el desconocido sonriente – ¡Iri! ¡Iridiana! – gritaba por el pasillo
La figura ligera de la joven salió corriendo de la cocina y se colgó de su cuello de un salto llenado el abrigo negro de harina.

- ¡Kellner!

- Bueno, veamos que me has cocinado.
Cuando entraron en la cocina Felix no sabía si se encontraba en la casi mansión de Iridiana o en el interior de la casita de chocolate.

- Si has hecho todo esto es que tienes todos tus huesos en su sitio.

- Puede que me haya pasado, de todas formas querido Kellner, no es a Iridiana a la que tienes que examinar, sino a Inés.

- ¿Inés Martel?

- Está en mi sótano.

- ¿Atada? ¿Dormida?¿la has secuestrado?

- Esta muerta.

- La has matado.

- Esta muerta desde hace 50 años.

- ¿La mataste hace 50 años?

- David Kellner Miramar, deja de tomarme el puto pelo.

- Lo siento Iri, te creo, te creo. Solo que siempre tuve la esperanza de que estuvieras loca, nada más.

Iridiana no medió palabra, solo sacudió las llaves del sótano delante de su cara y se encamino a las escaleras. Sus ojos nunca habían estado tan vivos ni su corazón había latido jamás tan fuerte.

*** 10 *** ¿Conoces a Inés Martel?

Bajaron lentamente las escaleras, en el suelo, en una esquina siniestra descansaba la sombra alargada del ataúd. Iridiana se arrodilló delante y lo abrió.

- Se conserva bien. ¿Dónde ha estado?

- Ahora eso es lo de menos, ¿falta algo?

- La segunda falange del dedo corazón izquierdo, al menos.

- Eso suficiente.

Kellner no dejaba de examinar el cráneo: el arco de las cejas, la profundidad de los pómulos, la redondez de los dientes, solo la anchura de la pelvis apuntando bajo la tela le daba la pista de que era una mujer. Iridiana sabía perfectamente lo que el estaba haciendo, y se quedó inmóvil, arrodillada a su lado, guardando silencio como en un velatorio. Kellner volvió la vista a ella.

- Seguro que eras muy guapa, casi diría que bellísima, con una carita dulce y tierna, apenas salida de la infancia.

Ella lo miró a los ojos y trago saliva. No se atrevía a decir nada. Hacía mucho tiempo que nadie le decía que era bonita. No es que su rostro actual fuera feo, al contrario, podía alardear de ser una mujer hermosa y deseada, pero el frió de su alma invadía cada poro de aquella piel prestada y ajena, y cada vez que le decían lo bonita que se veía ella siempre pensaba que se lo decían a otra, a la dueña legitima de su cuerpo, y no a Iridiana Cobo, el alma herrante y usurpadora que vivía provisionalmente en aquel cuerpo. Pero Kellner era diferente, podía ver sobre un cráneo las facciones de la gente, podía rellenar cada línea que los huesos trazaban y darles movilidad y sentimiento. Él podía verla, verla de verdad y decirle que era bonita.

- Si – dijo una vez más mirando el cráneo – eras una mujer envidiable. - ¿puedo? – preguntó señlando la camisa.

- Haz lo que necesites. – aunque en verdad le estaba diciendo “haz lo que quieras conmigo”.

Kellner abrió los botones de la camisa y la chaqueta y dejo al descubierto el pecho. Solo había huesos y un poco de piel seca, pero a pesar de ello sintió por primera vez en muchos años algo que jamás creyó volver a sentir: pudor. Kellner se dio cuenta, pero aún así su curiosidad fue más fuerte. Allí estaba, un enorme agujero sobre el esternón, profundo y seguramente doloroso.

- Asique es verdad. Una estaca.

- Si – añadió con tono triste.

- ¿Te dolió?

- Mucho. – dijo apoyando tristemente su cabeza sobre el hombro de Kellner.

Desde su vuelta solo él y Mariom habían sido sus amigos, solo ellos sabían como era su vida y solo ellos habían participado alguna vez de sus aventuras. Kellner se había convertido en alguien muy especial, en una especie de ángel guardian que aparecía de vez en cuando o cuando se lo llamaba. El envejecía pero con cada segundo sobre sus espaldas ganaba en elegancia y hermosura, si es que es acertado decir que un hombre es hermoso. Lo había visto licenciarse, enamorarse, casarse y ser padre. No había la menor duda de que de haber estado viva, se habría enamorado de él locamente, de que habría perdido la cabeza sin sentido. Pero llegaba 50 años tarde. Ahora el amor era diferente. No sabía ni siquiera si podría enamorarse.

***11*** VAMOS NENES, VAMOS DE EXCURSIÓN

- ... Ahora mismo están en el sótano.

- ¿En serio ha cocinado tanto?

- Si.

- Ufff, tengo antojo de sus bollos de canela.

- No te preocupes Mariom, tendrás muchos.

- Solo si me los traes, no puedo ir ahí al menos en 16 meses. No vuelvas a dejarla sola en la cocina, ¿vale? O eso o cocina con ella.

- Si.

- ¿Estas bien?

- Hay un cadáver en el sotano, soy culpable de un asesinato y no puedo con el alma. ¿Cómo puñetas voy a estar bien?

Pero Mariom colgó. Ninguna embarazada quería oír las penas de un niño de 20 años a las 4 de la mañana, pensó Felix. Con lo que no contaba era con que Iridiana y Kellner ya habían regresado del sótano y con que Iridiana hubiese tirado del cable telefónico.

- Pastelito mio. Ninguna embarazada quiere oír tus penas de veinteañero a las cuatro de la mañana. - ¿Acaso le leía la mente?, se preguntó.

- Hay un cadáver en el sótano, ¿Qué quiere que haga?

- Callarte. Coged los abrigos, nos vamos de excursión.


PROXIMAMENTE: Carlota, ¿De que me conoces?

viernes, 28 de octubre de 2011

Iridiana, la tierra de los trigales.


CAPITULO 2: la no muerta.

Hay muchas razones para que un féretro este vacío. La principal es que nadie se haya muerto, y la menos usual es que alguien intente hacer desaparecer un cadáver. De todas la conjeturas que podrían hacerse ninguna es ni en lo más mínimo la más acertada. Ni siquiera las dos primeras. Porque, en realidad, nadie había echo desaparecer el cadáver, y lo más sorprendente de todo, es que en realidad nadie había muerto. ¿O si? La verdad es que el sentido común no nos permite pensar en lo más sencillo: ella se levantó y se marchó.
Aquella tarde de camino al supermercado, sumida en ensoñaciones literarias, no se percato de cuantas señales la conducían a su propia destrucción, como un suicidio que no se había planeado. Pequeñas, minúsculas cosas fuera de su rutina la habían conducido a encontrarse con Cristobal, a dormir en casa de el y finalmente a resbalar en su ducha.
Pero más fascinante aún fue no el “como murió”, sino el “como no murió”.

Cuando abrió sus ojos la oscuridad que contempló le advirtió de que algo andaba mal.
- ¡Estas loco! – gritaba alguién no muy lejos.
Intentó estirar los brazos, moverse buscando el espacio que la rodeaba. Todo tenía tacto a satén. Parecía estar en lugar muy estrecho, de tela confortable. Tenía una pequeña almohada en la cabeza y un traje. Pero ella nunca llevaba traje. La oscuridad y el satén le dijeron que nada andaba bien. Asustada dio un golpe en los laterales de aquel espacio angosto, primero uno, luego otro, cada vez más fuertes hasta que alguién, lloroso, se acercó y dejo entrar la luz levantando una tapa.
- ¡Dios mio! – dijo un rostro deformado por lágrimas y horror
Ella se incorporó desconcertada. Su traje era negro, y el satén era blanco, muy blanco. Tres pares más de ojos la miraban estupefactos. Miró a su alrededor preguntándose si sería una broma, si era un mal sueño, un largo y terrible sueño. Dos coronas de flores le recordaban que sus allegados la querían, y los ojos llorosos de él le pedían perdón. Ella clavo sus ojos en los vidrios de lágrimas de el y entonces la sintió. La nada dormía en su pecho sustituyendo los latidos del corazón, su abdomen no se inflamaba con el aliento, su blanquecinas manos parecían mármol, piedra inerte. Olía a cera quemada y a hierbas aromáticas, pero no podía sentirlo.
- Que me habéis hecho – dijo perdiendo la mirada en el abismo del horror. – que me habéis hecho …
Cristobal no dijo nada, solo se acerco a ella y la abrazó tiernamente. El calor de su pecho, lleno de amor y tristeza no logro calentar la piel congelada de ella, quien con los ojos puestos en el vacío, seguía con su letania:
- Que me habéis hecho.

Los tres pares de ojos destilaban alegría. La habían traído de vuelta, ya no estaba sumida en el sueño eterno que aquel accidente le había regalado. Había regrasado y apasar de ello sus ojos, la única parte de su cuerpo realmente viva repetían como un eco dirigido a la oscuridad:
- Que me habéis hecho.

Iridiana, la tierra de los trigales.

CAPITULO 1: El puzzle del destino.


Sabedes que todos os anos por estas datas tento en valde contar algunha historia de medo. Por aqui xa pasaron pois, bruxas, rapaces que escoitaban voces, mans picudas, mouchos, una muller- lobo ( ou o que demo fora) e unha ánima. Este ano volverei a intentalo pero antes debo avisarvos, porsuposto, de que poida que non haxa máis capítulo cá un. E tranquilos, non creo que vos de máis medo que a voz dun Dalek en VSO.

Por certo, desta volta esta en castelán. Comezou nese idioma e nese idioma quedará, xa sabedes que teño por norma non traducir, é dicir: o que se comeza en galego sera galego por sempre e o que se comeza en castelan en castelan por sempre ( certo é que ás veces, moi raras veces faco escepcións).


Escribir historias de amor de camino al supermercado no es bueno. Puesto que se carece de papel se corre el peligro de que algunos de los personajes se queden colgados de las estanterías, encajados entre los productos o retozando sobre las lechugas, o que al regresar a casa se vayan borrando de la memoria las palabras mejor tejidas, o que alguno de los protagonistas se quede sentado en las escaleras en huelga, esperando a que le des forma. Por suerte ella no se había encontrado todavía a ninguno de aquellos seres esperándola en el ascensor, las escaleras o robándole su sitio del sofá, todos ellos sabían que si se amotinaban sería su fin.
Aquella tarde de camino al supermercado, en ensoñaciones literarias sin previsión de un futuro largo, cambiaría su vida pero eso, claro, no lo sabía. Ni sabía tampoco que si ella no hubiera salido cinco minutos tarde y que si ellos no hubieran olvidado el paraguas en la biblioteca, y que si su atajo de siempre no estuviera cortado por culpa de un atropello su vida hubiera transcurrido como hasta a aquel entonces, silenciosa y tranquila como un río que fluye y fluye en una eterna tarde primavera.
Así pues aquella tarde que cambiaría su vida cerró la puerta tras de sí con vueltas de llave y se encaminó distraída a su destino, sin saber que jamás regresaría o que al menos, al abrir de nuevo aquella puerta ya no sería la misma.
Jamás llegó al supermercado, pues al cambiar su camino de siempre se encontró con Cristobal a apenas 30 de la puerta del supermercado. Y si en vez de pararse a hablar con el hubiera acelerado el paso y entrado en el local, no habría pasado nada. Simplemente su cartera pesaría menos. Pero no lo hizo, no llego nunca a entrar, le miro, le sonrió, y se olvido de todas la razones que tenía para estar enfadada con él. Bastaron tres minutos para que ella accediera a cenar con el, en su piso, como tantas otras veces, y más tarde, le bastaron un par de caricias para convencerla de que ella era única. Y ella, por supuesto, se dejo engañar dulcemente por que el mundo no esta como para permitirse malgastar amores.
***
Si hubiera un ranking de muertes estúpidas la de ella sería probablemente la primera. Fue una mañana de junio, soleada y alegre. Eran las nueve de la mañana, se levantó de un salto cantando, como tantas otras mañanas de junio, julio o diciembre. El dormía apaciblemente a su lado y de vez en cuando podía escuchar alguno de esos sonidos que el sueño profundo deja escapar. Se fue a la ducha y abrió su armario de jabones naturales, le encataba coleccionarlos y levantarse cada mañana pensando en escoger el perfume apropiado para el día: rosa, lavanda, violeta, naranja, café, menta, fresa, … Era su pequeño tesoro.
Aún hoy es capaz de recordar las imágenes que pasaron por su cabeza cuando abrió el jabón de menta. Un jardín al lado del mar, y la brisa fresca del atardecer perfumada por el aroma de la menta, que calentada por el sol hacía notar tiernamente su presencia. Ese fue el ultimo olor que pudo disfrutar en esta vida, y precisamente por eso no podía olvidarse de el, por que uno no necesita tener ya sentidos para recordar las cosas hermosas. Después de elegir el jabón fue tranquilamente a la cocina a hacer café pensando que el aroma tostado y suave despertaría a su chico, como a así tristemente fue. Después de dejar el café en el fuego, mientras los rayos de sol bañaban la piel de su amor, se metió en la ducha. Disfruto del agua acariciando su piel, las burbujitas de jabón jugueteando con el agua y su cuerpo, se lleno de menta, y dejo que las caricias de la noche anterior se fueran por el desagüe, canturreó un poco, cerró el grifo y se envolvió en la toalla. Salió de la ducha, envuelta en su toalla verde, a juego con su jabon favorito, su pie resbaló sobre el suelo mojado por las lagrimas que caian de su pelo, cayo sobre el borde la bañera, con los ojos abiertos y una sonrisa de placided en la boca. Asi se despidió de este mundo, con el olor de la menta inundando las fosas nasales por las que se escapo su ultimo aliento. Un abrazo escarlata, como una aureola santa fue envolviendo su cabeza mientras el eco del café cantaba amargamente una canción de despedida.
Nunca supo si había sido Zeus con su rayo, o el dios bíblico con su sabiduría, el que había designado que aquel dia, en aquella mañana normal, soleada y feliz, su vida ya no sería suya. Y jamás lo sabría.
Sus oídos y ojos, aun vivos, a pesar de que ya le puso se le había escado vieron el rostro amado, y sientieron los sollozos y gritos de aquella alma compunjida. Le hubiera gustado consolarlo, pero una fuerza desconocida la alejaba de el y de su propio cuerpo cada vez que intentaba aferrarse a aquel mundo. Y a pesar de que la voz de su chico seguía sonado, cada vez lo hacia mas y mas lejos, hasta que se convirtió en un eco lejano y sin sentido. El mundo desapareció, simplemente se borro, y quedo en su alma grabado como un recuerdo dulce y monótono. El café seguía despidiendo su grito tostado en la cocina mientras el aun envuelto por el velo del sueño gritaba el nombre de ella suavemente.
Lo que vino después no debe mencionarse. Un baile de lágrimas y crisantemos cruzo la ciudad para darle sepultura. Gafas de sol y ropas negras, nada importante o anormal. Los único que ellos no sabían era que transportaban un ataúd vació. Ni siquiera su padre, el único hombre de la familia que no había querido gafas de sol, se dio cuenta, es más, mientras sacaban el ataúd y los guiaban por los caminos del cementerio, intentaba buscar en el peso que cargaba sobre su hombro un indicio de vida, un movimiento, un ruido, algo que justificara el abrir la tapa para levantar a su Bella Dumiente, a su Blanca Nieves de ojos verdes. Solo Cristobal sabía que le rezaban a al vacio pero no por eso su dolor era menos, sus tripas se retorcían , su cabeza le dolia tanto que creía que iban a estallarle hasta los globos oculares, le costaba respirar, y lo único que deseaba era salir corriendo. Pero ni el padre abrió el féretro, ni Cristobal corrió, ni el sol se digno a aparecer aquella tarde.

miércoles, 5 de octubre de 2011

A gran esquela do mundo

A auga fervendo caeu mainiño na taza e o recendo retostado do café solubre xogou coas cortinas de cor castaño do cuarto. Faltaban tres cuartos de hora para á súa última noite de verán. En realidade era 21 de xuño, pero tanto tiña, o verán para ela acaba naquela mesma noite.
Mentres as meniñas dos seus ollos se confundía sobre a tona do café chegoulle á mente a idea estrafalaria de que o mundo, ou a vida, era unha gran esquela na que, nos momentos necesarios, se ían escribindo os nomes dos seres queridos dos cales un tomaban outros camiños, e outros simplemente chegaban ó seu destino. A veces un destino anunciado, e outras inesperado. Aquela noite de finais de verán era unha esquela anunciada.
Todos foron puntuais. Os catro chegaron á vez sentaron no sofá, que en realidade era unha cama camuflada por medio de coxíns, e comezaron a rir, a falar do mundo, dos mundos, dos continentes, dos universos, das linguas, dos linguados, das pescadeiras, dos barcos, dos avións, dos voos do día seguinte e xusto nese momento chegou un silencio incómodo, ese silencio solemne e pesado que cae sobre a caluga dun cando lee nunha esquela o nome de alguén coñecido. E ela, volveu pensar: velaquí a gran esquela do mundo, e para non pensar máis puxo a radio. Fóra a néboa comezaba xa a borrar as pegadas dos transeúntes. El seguiuna coa mirada, cálidamente, a pesar da friaxe do seu sangue. E ela, apoiada na fiestra pensou: a néboa é o manto co que os deuses (os que sexan) arroupan á cidade.
Él chamábase Eikki. Era alto, calado, químico e ben parecido. Viña de Finlandia e nunca estivera máis abaixo de París. Mirábaa sempre, de reollo, como querendo dicir algo sen dicir nada, como tentando que ela adiviñara as palabras naquel rostro sosegado. Jeniffer, americana, rubia, baixiña e bióloga, sempre atenta ó entorno soubera dende o primeiro momento o segredo do finlandés, pois no corazón do pobre escoitábase ben forte e claro o nome dela. Clara, estudante de menciña, pero moi lonxe de ser menciñeira, como o era súa tía, pensaba que o mundo non era unha esquela, senón unha autoestrada retorta na que cada vez se conducía a maior velocidade e na que non se podía votar o freno. De Jarko, tamén finlandés, non había moito que dicir, falaba moito máis, e brillábanlle os ollos cando explicaba con orgullo como eran os baños de xeo, as festas de estudiantes, as comidas de Nadal e, por suposto as saunas.
Os cinco, na ultima noite do verán, escoitaron a radio ata ben avanzada a noite, como inmersos nun sono consciente, de actos lentos e garimosos, de chistes amables, recordos compartidos e algunha foto feita co disparador automático. Dez segundos para toda a vida traducidos en píxeles na ultima noite do verán.
Xusto no momento no que o flash os cegou comezou a escoitarse na radio musica feita para bailar, e ela, sen saber por que, sentiu como os acordes se derramaban polo cuarto e como formiguiñas comezaban a rubirlle polas pernas, as cadeiras, o peito, os brazos e se coaban ata os pulmóns. Bailou, bailaron, sen importar o que, sen importar o como ata que rendidos acabaron repartidos pola alfombra. Só ela e Eikki aguantaron ata o final, ata que o sol, espléndido e dourado se ergueu entre a néboa e comezou paseniño a tirar dela para espertar á cidade. Foi daquela cando comezou a soar Mambo numero 5. Ningún dos dous podía mover os ósos conforme a exixencia da música, pero si as súas almas, que acabaron entrelazadas a pesar de bailar separados, vibraron coa música.
Foi naquel intre, naquel ultimo minuto de canción, cando bateron de fronte un cos ollos do outro. Era a última noite xuntos, a última noite de verán para ela, e a súa última canción aquel mambo.
Despedíronse na porta, cun abrazo, como era obrigación. El foi o último. E naquel derradeiro instante, despois do derradeiro baile, tampouco el dixo nada. E ela, coas maracas do sono baténdolle nos tímpanos escoitou lixeiramente como no seu peito latexaba o nome de Eikki.
Cando cerrou a porta, imaxinando a figura esbelta do finlandés borrándose paseniño entre as sombras do corredor, pensou: Eiquí a gran esquela do mundo.

martes, 3 de mayo de 2011

Madeiras de Oriente

capitulo 1: virutas da infancia Se quedades con ganas de máis tan só, deixade un comentario.

Unha, dúas, tres, catro. A virutas rizabanse cunha gracia indescriptible cando saían do cepillo. Naqueles días de calor e sol ela sentaba diante do banco de traballo do avó e miraba como ían saíndo aqueles rizos louros dos tablóns de pino. O avó prácticamente non falaba cando traballaba, non lle contaba contos como facía cando ían pasear á veira do río pola tardiña, o avo miraba simplemente a taboa, e con mans agarimosas íaa traballando para deixala a punto. Ela simplemente sentaba alí e miraba como facía, e ás veces pechaba os ollos e respiraba profundamente o recendo das resinas.
Lonxe quedaran os días de aprendiz e de traballo manual e difícil. Tiñan maquinas, agora tiñan cartos, tiñan encargos, e o avó xa non tiña a obriga de vixiar persoalmente o traballo. Agora podía sentar na oficina e manexalo todo dende o papel. Pero os seus ollos e as súas mans votaban de menos o tacto das madeiras, o recendo das resinas, a visión das vetas, por iso ó caron da oficina deixara un recuncho para el accesible a través “da porta máxica”. Cando o avó cruzaba aquela porta os ollos brillábanlle de novo e as súas mans entenrecidas polo tacto do papel afacíanse de novo á brusquidade da madeira sen domar. Ás veces ela tamén sentaba alí e mirabao longo tempo e debuxaba habitacións para as súas bonecas, sillas, camas, e flores. Unha vez un daqueles debuxos fora modelo do avó para facerlle un cadro para a súa nova habitación. Era un rosa tallada nunha madeira escura e logo dourada que deambulaba de cuarto en cuarto e nunca se separaba dela. Sempre que cambiaba de casa, por obriga dos estudios levaba con ela a rosa dourada e colgabaa ceca da cama para poder mirála antes de durmir.
Foi alí, sentada fronte o avó, e máis tarde traballando ó seu lado, como aprendeu a tratar a madeira. A querela e a ver nela as formas que se desexan ou que ofrece. Foi alí, mirando os catalogos da carpintería onde acostumara os ollos as formas torneadas da madeira, e fora alí onde aprenderá a dominar todas as ferramentas que colgaban da parede, a prácticamente distinguir as madeiras pechando os ollos e sentindoas a través do tacto e o rencendo.
Agora, sentada diante do portátil e escondida dos ferintes raios de sol do mediodía de agosto, miraba o tarro de virutas do primeiro taller do avó, sempre derriba do escritorio de castaño dende o que se tomaban as decisión máis importates, e sentía como un formigueo nostalxico lle invadía as máns que descansaban sobre o teclado.
Apagou o ordenador, vestíu o seu mantelo de traballo verde esmeralda, recolleu o pelo e atravesou a porta máxica. As máquina do taller estaban paradas. As sombras da nave enfriaban o ambiente. Derriba da mesa esperaba unha taboa de madeira na que ós poucos ían cobrando vida uns patiños. Colleu a ferramenta na man, mirou a madeira, gardou nos pulmons o recendo do pequeno taller do avó e dispuxose a acabar o traballo.
Na porta, que coma sempre deixara aberta, recortabase unha figura negra de silueta descoñecida da que non fixo caso.

- ¿Tamén se traballa en domingo? – preguntou a figura negra cun estrano acento. Ela deu un chimpo estando a punto de decapitar un dos patiños.

Mirou extrañada a figura, non sen certo medo, e preguntou controlando a voz e dándose certo aire de xefa:

- ¿quen é vostede e que fai aquí? – vaia, pensou, iso soou a serie policial.

- Ahhh! Esta vostede aquí! – berrou sorprendido e amable a voz de seu irmán. – Ida, esté é o fillo de Herr Schiller, co que fixemos o contrato en Berlin. Pasará con nos o mes de agosto. Estudou galego en Thübingen, ¿Qué che parece?

- Pareceme que me deberías consultar estas cousas antes, como o de facer contratos absurdos con empresas do extranxeiro – dixo volvendo ó traballo e negándolle a man ó estrano.

sábado, 16 de abril de 2011

Minerva, lo sabes ...

por Emilia Maseda.
La locura es pasto de las llamas. ¿Por qué lloras?, no pasa nada, solo la locura es pasto de las llamas, las lenguas de fuego devoran mi casa, la lamen, la besan, la abrazan. ¿Por qué lloras?, no pasa nada, solo cambiamos de morada, nos dormiremos en el espesor del humo y ascenderemos en volutas azuladas.
Había en el monte del Salvador, una pequeña casa, oprimida por el espeso follaje de los árboles que aún hoy deben respetarla. Solo cuatro paredes, Minerva, cuatro paredes y un techo que me guardaban. Lo sabes, en aquella estancia me refugiaba, y aún hoy, tan lejos, sigo buscando en ella el abrigo. Allí, sobre aquellas húmedas paredes colgaba mis primeras fotos, y guardaba en una caja de metal, bajo una de las losas del piso, los negativos preciados que me dieron de comer en las noches de tormentosa hambre.
La llave que sobre tu pecho cuelga como lágrima broncínea, madre de mis más preciados deseos, es la llave que guardaba aquella casa, el objeto que sellaba la cerradura, el broche perfecto, el recuerdo vivo de la infancia. El secreto hecho materia, fue mío, solo mío.
¿Por qué lloras?, calla, Minerva. Mira como suben el fuego derramándose en caricias gules, mira como extiende sus manos al cielo. Calla, niña mía, ¿Por qué lloras? Toda la vida fuiste mía. Lo sabes, Minerva. Cuando yo era niño y subía al monte enterrando mis pies en el tapiz de musgo, cuando yo apenas levantaba metro y medio del suelo y llegaba exhausto a la puerta de la deseada estancia, se formaba en mis ojos una densa bruma y en la bruma una figura femenina me rescataba del olvido de la noche, eras tú con tus rizos rojizos y tu abrazo de canela. No llores, contempla: mi obra consumiéndose bajo el ardiente abrazo de las llamas.
En unos minutos, no seremos más que el bello recuerdo del artista y su musa. Oh! Que femenina inspiración debió consumir al Creador para, en su bondad, moldear el mundo, el orbe perfecto del que ya no seremos más parte. Nos espera la tierra prometida, esa que la historia ha teñido de celeste, será nuestra, aunque ya fue mía una vez: aquella construcción sombría y húmeda bajo la lluvia fina de marzo, un pedazo de cielo a un niño regalado. Si, lúgubremente luminoso, aquel paraíso perdido que tanto me enamoró. No me mires así, ahogándome en tus lágrimas de temor, que pronto seremos poseedores de esa paz y felicidad que tanto añoran nuestros semejantes. Nos entregaremos a nuestras ensoñaciones, libres de toda obligación y atadura. Imagínalo, mi Minerva, la nada será nuestro gran regalo, el vacío, la carencia de tiempo y espacio, la gloriosa consciencia de la no existencia.
¡Maravíllate! Escucha el crepitar rítmico de las llamas. ¡No!, ¿A dónde vas?, abrázame, quédate aquí, conmigo, la puerta esta cerrada y el tiempo muriéndose entre los fotogramas que se derriten. Solo la locura es pasto de las llamas, liberarnos de todas las taras es la dádiva. Cuantas veces contigo soñé, con aquella dama que me mecía entre los muros etéreos de la lejana casa. Que tortura fue el buscarte, el esperar encontrarte en cada foto, el anhelar tu rostro, tus formas … y que bello fue el hallarte entre mis besos y sábanas, entre las buenas palabras y el dulce hola de tus ojos al despertar.
¿Por qué lloras?, no mi niña preciada, no llores. Las lágrimas son tan bellas como una sonrisa, siempre que afloren sinceras. Tan luminosas y a veces tan ansiadas por quien las derrama. Pero no es necesario llorar, hoy no. Recuerda el día en que te encontré, bajo la luz húmeda y dorada de una farola, con los rizos danzarines jugando sobre tus hombros; vibrantes, brillantes, tus ojos. Tu cuerpo en mi objetivo, tu voz en mis oídos, la presencia imponente de tu ser, tu nombre en mi mente. Minerva, Minerva, lo sabes. Te quiero, y sin ti jamás abría tenido el valor de abrazar así el cielo.
Y cuando me brindaste tu tiempo … ¿Por qué lloras?, desagradecida, así pagas a quien te regala la plenitud. Lo sé, lo temes por que te es algo desconocido. Abrázame, dame la mano, yo seré tu guía, yo que de niño dormía en el cielo, y despertaba en este lugar, valle de desdichas, fecunda tierra de sonrisas.
Hay en el monte del Salvador una casita. Cuatro paredes, Minerva, cuatro paredes que nos aguardan. Allí fui feliz, libre de lo que me oprimía, esta noche regresaré y tu vendrás conmigo, te enseñaré mi vieja cámara, mis viejas fotos … Dormía allí cuando en la casa me desgarraban los gritos, cuando la tibia ausencia de quien deseo ser libre se hacía presente, cuando yo mismo me sentía enjaulado … en aquel lugar resguardado de las miradas, de los deseos de los demás, los barrotes eran papel, papel de lija, papel de fumar, papel, papel. Papel tostado y calcinado.
¿Por qué lloras?, no, no lloras, duermes entregada a mis promesas. Lo sabes, Minerva, siempre cumplo y siempre pago mis deudas. Ahora el sueño me envuelve a mi … calor, humo, resplandor rojizo y dorado …
Volutas azuladas en las que me elevo.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

O PACER DOS TEMPOS

Unha marea de formigas con as inzaba en desordenada procesión as aceiras da casa. Vai chover, pensou. Doce horas máis tarde confirmábase a predición. A pesares da súa idade a danza conxunta daquelas formigas seguía a fascinala como cando era máis nova, una nena. Sorprendíase de mirar aínda con ollos infantís o mundo que a rodeaba preguntándose a onde vai a formiga soitaria ou que pensamentos remoen as vacas mentras pacen. A calma daquel remoer feliz delataba pensamentos tranquilos, sen dúbida. Caía xa a tardiña, non era bo seguir a aquela friaxe, desa que se desliza sobre a terra cando a brisa do mar leva a quentura do sol nos últimos días do verán.
Había pois que recollerse. Entrou paseniño na casa, pasou por diante da alacena da entrada: alí gardaba as cartas que se escribira co que logo foi o seu home. Preguntábase se algunha das súas netas tería algunha vez un albume de cartas e postais ou unha caixiña de madeira para gardar en papel os mails que se escribía co seu mozo. Claro que non, pensou, que necesidade hai de facelos tanxibles se xa aparecen colgados do ciberespacio. A forma de comunicarse cambiara moito nos últimos tempos, menos mal que o sentir seguía sendo o mesmo, ou iso esperaba ó ver a luz que enchía os ollos da neta cando nos seus beizos se debullaba o nome del. Hai cousas que non deben cambiar, as vacas han seguir a remoer e nos hemos seguir a amar, a buscala maneira de comunicarnos entre nos de salvar esa distancia que nos separa de todo ser humano. Logo dirixiuse á cociña, estratexicamente colocada para apartarse do avesio do nordés e de paso para controlar o resto da vila, o seu vagar pausado mentrás se toma un café. A parte dos grelos e a propia fala fora unha das poucas cousas que botara de menos nos seus tempos na Alemania.
As eiras seguían como antano aturando o paso das estacións pero as voces que antes as traballaban afogaban o seu eco en tempos afastados. Pegada ó cristal debullouselle un soriso morriñento na boca, recordou os berros das nenas xogando á pita cega nas mañanciñas de domingo tras chegar da misa. Tantos traballos … por moito que camiñen os tempos, por moito que o enxeño nos libre de grosas suadas, un mirará cara atrás e pensará “cantos traballos” mentras remoe en doces e magros recordos.
Ó outro lado do corredor esperaba a salita. Alí sentou disposta a rematar unha bufanda de lá. Na súa butaca favorita, contemplando os rostros sorrintes das netas que a miraban dende os andeis de castaño. Que boas obras pensou, as obras dunha vida, que non eran nin os andéis de castaño, nin os xarróns de porcelana, nin a bufanda tecida, senon aquelos sorrisos nacarados e luminosos, infantís antano, a piques de madurecer agora.
Máis aló dos cristais da fiestra un grupiño de marelas contemplaba o transcorrer da vida cos pastos reflexándoselles nas meniñas dos ollos. Alí, sentada na butaca foi consciente de tódolos seus andares, gravados nos osos coa forza dos anos. E todo era bo, agora tocáballes a outros tirar do carro. ¿Non tiña ela todo o dereito a contemplar o verdor dos prados no devagar do día? Era a súa sétima década, e con todo o traballo feito, ben feito, na súa sétima década descansou tendo o na súa man o dereito a narrar todo o vivido, todo o sabido, todo o deprendido. Coa esperanza de que outros repitan ou conten as súas boas puntadas.

martes, 21 de septiembre de 2010

...

La gente no salía a los balcones, les gustaban las casas con balcones porque eran joyas que adornaban la silueta de la fachada, porque en ellos podían lucir geranios colorados, pero no los usaban. Solo de vez en cuando alguien adormilado se dejaba caer por uno de esos rincones colgantes y le daba un buenos días a la ciudad con un enorme bostezo… no, la gente no quería usar sus balcones salvo para tener un lugar privilegiado desde donde mirar los desfiles de la ciudad. Eso era todo, tender la ropa, tender los geranios, descolgar las legañas, perderse el espectáculo del despertar del mundo, del caminar del mismo, de su dormirse con la caída de la noche …

martes, 9 de febrero de 2010

Sol soñado

Coma un sol soñado o teu mirar
sobre a miña pel ficou grabado
e no tempo hei calar
e no tempo hei gardalo
o segredo do teu mirar
na miña pel ficou grabado,
coma un sol soñado.

Naquel intre tan fugaz
Vivaz no peito naceu un lume
E un xeo mortal
Levoumo do meu lar
Por degraza, como de costume

Ladroas feiticeiras
As fadas do amor
Quitaronme ó meu anxo
Deixaronme sen calor
Feiticeiras ladroas
As fadas do amor

Ese sol soñado con un raio roubado
Feriu outra flor
E esta levoumo lonxe
Lonxe onde non chega a miña razón
Ladroas feiticeiras
as fadas do amor.