
Un pouco de humor macabro para quitar a tensión dos capitulos anteriores ( bueno, ainda que tensión tensión non houbo moita, non)
PUESTA AL DÍA: Iridiana, Mariom y Felix reciben un curioso paquete. Un ataúd con los restos de Inés Martel. Pero ¿Quién es Inés?, ¿Es familia de Iridiana? Mariom tiene que irse mucho tiempo, Felix no entiende nada y nadie le explica nada. Iridiana esta fuera de sí. Sea quien sea quien le haya mandado a Inés, merece el cielo. Pero ... ¿quien es Martel, por que la quiere tanto Iridiana? y lo más importante aún ¿Felix existe o solo es un adorno de la trama?CAPITULO 9: Directo al corazon.- Kellner Miramar, ¿diga?
- Kellner, Kellner, Kellner. Siempre tan formal y elegante mi Kellner.
- ¿Iridiana?
- Sep – dijo con una sonrisa picara
- ¿Iridiana Cobo?
- Esa soy yo. – Contesto retorciendo el cable del teléfono con el índice y enrollándoselo.
- ¿Qué ha pasado?
- Necesito que mires si tengo todos los huesos en su sitio.
- ¿Qué has hecho esta vez?
- Tu solo haz lo que te digo.
- Siempre tan oscura y misteriosa, mi Iridiana. Pasado mañana estaré ahí.
- ¿Vas a dejar a Ines Martel todo ese tiempo en mi sotano?
Hubo un largo silencio
- Esta noche estaré ahí, esperadme levantadas las dos.
Iridiana colgó el teléfono y se volvió a Felix con una mirada radiante.
- El profesor Kellner Miramar podrá ayudarnos con nuestro pequeño problema. Lleva años esperando a que apareciera ese cadáver.
- ¿Es que no le asusta que alguien le haya mandado un cadáver?
- Me intriga, más bien.
- Esta usted loca. – dijo bostezando.
- Deja de parecer un niño llorica, todo a su tiempo. ¿O es que no te gustan los misterios? Kellner, Kellner. Dime, Adrien, ¿Sabes cocinar?
- ¿Adrien?
- Si, ¿no te gusta?
- Me gusta mi nombre, Felix.
- Pues a mi no, y tendrás que cambiártelo.
- Y si, sé cocinar. – comento encaminándose a la cocina.
Dentro de la cocina Iridiana corrió de un lado a otro como una loca, cogiendo harina, huevos, leche y un montón de otras cosas que Felix desconocía. Su pelo estaba sorprendentemente enmarañado, su sonrisa gélida extrañamente cálida, y sus ojos desorbitados. Parecía una bruja, una bruja hermosa y loca, pero una bruja haciéndole el amor a sus pócimas.
- A Kellner le encantan los bollos de canela suecos. Hornearemos unos cuantos. Le gusta también el pastel de zanahoria. Podriamos comérnoslo mañana. El siempre viene con prisa, pero al final siempre me hace compañía unos cuantos días, soy como su hermana pequeña, aunque mejor me quedaría la etiqueta de abuela …
Félix no supo en que momento desconectó, cual fue la última palabra que escuchó, simplemente permaneció parado en medio de la cocina.
- ¿Qué te parece?
- …
- ¿Daniel?
- ¿Eh?
- Asique te gusta Daniel, con acento en la primera sílaba.
- ¿A mi? No – y justo en ese instante recibió una nube de harina y una lluvia de sirope de chocolate.
- Aunque me convierta en pastelito no pienso cambiarme el nombre.
Cuando Felix despertó estaba cubierto de harina y chocolate sobre el sofá. Se escuchaba barullo de cacharros en la cocina y el timbre de la puerta no dejaba de sonar.
- Por Dios, ¿Acaso está metida en la cocina?
Felix no respondió solo se miro las mangas del jersey cubiertas de harina, chocolate y … ¡Masa!
- Creo que eres oficialmente su pastelito – dijo el desconocido sonriente – ¡Iri! ¡Iridiana! – gritaba por el pasillo
La figura ligera de la joven salió corriendo de la cocina y se colgó de su cuello de un salto llenado el abrigo negro de harina.
- ¡Kellner!
- Bueno, veamos que me has cocinado.
Cuando entraron en la cocina Felix no sabía si se encontraba en la casi mansión de Iridiana o en el interior de la casita de chocolate.
- Si has hecho todo esto es que tienes todos tus huesos en su sitio.
- Puede que me haya pasado, de todas formas querido Kellner, no es a Iridiana a la que tienes que examinar, sino a Inés.
- ¿Inés Martel?
- Está en mi sótano.
- ¿Atada? ¿Dormida?¿la has secuestrado?
- Esta muerta.
- La has matado.
- Esta muerta desde hace 50 años.
- ¿La mataste hace 50 años?
- David Kellner Miramar, deja de tomarme el puto pelo.
- Lo siento Iri, te creo, te creo. Solo que siempre tuve la esperanza de que estuvieras loca, nada más.
Iridiana no medió palabra, solo sacudió las llaves del sótano delante de su cara y se encamino a las escaleras. Sus ojos nunca habían estado tan vivos ni su corazón había latido jamás tan fuerte.
*** 10 *** ¿Conoces a Inés Martel?
Bajaron lentamente las escaleras, en el suelo, en una esquina siniestra descansaba la sombra alargada del ataúd. Iridiana se arrodilló delante y lo abrió.
- Se conserva bien. ¿Dónde ha estado?
- Ahora eso es lo de menos, ¿falta algo?
- La segunda falange del dedo corazón izquierdo, al menos.
- Eso suficiente.
Kellner no dejaba de examinar el cráneo: el arco de las cejas, la profundidad de los pómulos, la redondez de los dientes, solo la anchura de la pelvis apuntando bajo la tela le daba la pista de que era una mujer. Iridiana sabía perfectamente lo que el estaba haciendo, y se quedó inmóvil, arrodillada a su lado, guardando silencio como en un velatorio. Kellner volvió la vista a ella.
- Seguro que eras muy guapa, casi diría que bellísima, con una carita dulce y tierna, apenas salida de la infancia.
Ella lo miró a los ojos y trago saliva. No se atrevía a decir nada. Hacía mucho tiempo que nadie le decía que era bonita. No es que su rostro actual fuera feo, al contrario, podía alardear de ser una mujer hermosa y deseada, pero el frió de su alma invadía cada poro de aquella piel prestada y ajena, y cada vez que le decían lo bonita que se veía ella siempre pensaba que se lo decían a otra, a la dueña legitima de su cuerpo, y no a Iridiana Cobo, el alma herrante y usurpadora que vivía provisionalmente en aquel cuerpo. Pero Kellner era diferente, podía ver sobre un cráneo las facciones de la gente, podía rellenar cada línea que los huesos trazaban y darles movilidad y sentimiento. Él podía verla, verla de verdad y decirle que era bonita.
- Si – dijo una vez más mirando el cráneo – eras una mujer envidiable. - ¿puedo? – preguntó señlando la camisa.
- Haz lo que necesites. – aunque en verdad le estaba diciendo “haz lo que quieras conmigo”.
Kellner abrió los botones de la camisa y la chaqueta y dejo al descubierto el pecho. Solo había huesos y un poco de piel seca, pero a pesar de ello sintió por primera vez en muchos años algo que jamás creyó volver a sentir: pudor. Kellner se dio cuenta, pero aún así su curiosidad fue más fuerte. Allí estaba, un enorme agujero sobre el esternón, profundo y seguramente doloroso.
- Asique es verdad. Una estaca.
- Si – añadió con tono triste.
- ¿Te dolió?
- Mucho. – dijo apoyando tristemente su cabeza sobre el hombro de Kellner.
Desde su vuelta solo él y Mariom habían sido sus amigos, solo ellos sabían como era su vida y solo ellos habían participado alguna vez de sus aventuras. Kellner se había convertido en alguien muy especial, en una especie de ángel guardian que aparecía de vez en cuando o cuando se lo llamaba. El envejecía pero con cada segundo sobre sus espaldas ganaba en elegancia y hermosura, si es que es acertado decir que un hombre es hermoso. Lo había visto licenciarse, enamorarse, casarse y ser padre. No había la menor duda de que de haber estado viva, se habría enamorado de él locamente, de que habría perdido la cabeza sin sentido. Pero llegaba 50 años tarde. Ahora el amor era diferente. No sabía ni siquiera si podría enamorarse.
***11*** VAMOS NENES, VAMOS DE EXCURSIÓN- ... Ahora mismo están en el sótano.
- ¿En serio ha cocinado tanto?
- Si.
- Ufff, tengo antojo de sus bollos de canela.
- No te preocupes Mariom, tendrás muchos.
- Solo si me los traes, no puedo ir ahí al menos en 16 meses. No vuelvas a dejarla sola en la cocina, ¿vale? O eso o cocina con ella.
- Si.
- ¿Estas bien?
- Hay un cadáver en el sotano, soy culpable de un asesinato y no puedo con el alma. ¿Cómo puñetas voy a estar bien?
Pero Mariom colgó. Ninguna embarazada quería oír las penas de un niño de 20 años a las 4 de la mañana, pensó Felix. Con lo que no contaba era con que Iridiana y Kellner ya habían regresado del sótano y con que Iridiana hubiese tirado del cable telefónico.
- Pastelito mio. Ninguna embarazada quiere oír tus penas de veinteañero a las cuatro de la mañana. - ¿Acaso le leía la mente?, se preguntó.
- Hay un cadáver en el sótano, ¿Qué quiere que haga?
- Callarte. Coged los abrigos, nos vamos de excursión.
PROXIMAMENTE: Carlota, ¿De que me conoces?