sábado, 16 de abril de 2011

Minerva, lo sabes ...

por Emilia Maseda.
La locura es pasto de las llamas. ¿Por qué lloras?, no pasa nada, solo la locura es pasto de las llamas, las lenguas de fuego devoran mi casa, la lamen, la besan, la abrazan. ¿Por qué lloras?, no pasa nada, solo cambiamos de morada, nos dormiremos en el espesor del humo y ascenderemos en volutas azuladas.
Había en el monte del Salvador, una pequeña casa, oprimida por el espeso follaje de los árboles que aún hoy deben respetarla. Solo cuatro paredes, Minerva, cuatro paredes y un techo que me guardaban. Lo sabes, en aquella estancia me refugiaba, y aún hoy, tan lejos, sigo buscando en ella el abrigo. Allí, sobre aquellas húmedas paredes colgaba mis primeras fotos, y guardaba en una caja de metal, bajo una de las losas del piso, los negativos preciados que me dieron de comer en las noches de tormentosa hambre.
La llave que sobre tu pecho cuelga como lágrima broncínea, madre de mis más preciados deseos, es la llave que guardaba aquella casa, el objeto que sellaba la cerradura, el broche perfecto, el recuerdo vivo de la infancia. El secreto hecho materia, fue mío, solo mío.
¿Por qué lloras?, calla, Minerva. Mira como suben el fuego derramándose en caricias gules, mira como extiende sus manos al cielo. Calla, niña mía, ¿Por qué lloras? Toda la vida fuiste mía. Lo sabes, Minerva. Cuando yo era niño y subía al monte enterrando mis pies en el tapiz de musgo, cuando yo apenas levantaba metro y medio del suelo y llegaba exhausto a la puerta de la deseada estancia, se formaba en mis ojos una densa bruma y en la bruma una figura femenina me rescataba del olvido de la noche, eras tú con tus rizos rojizos y tu abrazo de canela. No llores, contempla: mi obra consumiéndose bajo el ardiente abrazo de las llamas.
En unos minutos, no seremos más que el bello recuerdo del artista y su musa. Oh! Que femenina inspiración debió consumir al Creador para, en su bondad, moldear el mundo, el orbe perfecto del que ya no seremos más parte. Nos espera la tierra prometida, esa que la historia ha teñido de celeste, será nuestra, aunque ya fue mía una vez: aquella construcción sombría y húmeda bajo la lluvia fina de marzo, un pedazo de cielo a un niño regalado. Si, lúgubremente luminoso, aquel paraíso perdido que tanto me enamoró. No me mires así, ahogándome en tus lágrimas de temor, que pronto seremos poseedores de esa paz y felicidad que tanto añoran nuestros semejantes. Nos entregaremos a nuestras ensoñaciones, libres de toda obligación y atadura. Imagínalo, mi Minerva, la nada será nuestro gran regalo, el vacío, la carencia de tiempo y espacio, la gloriosa consciencia de la no existencia.
¡Maravíllate! Escucha el crepitar rítmico de las llamas. ¡No!, ¿A dónde vas?, abrázame, quédate aquí, conmigo, la puerta esta cerrada y el tiempo muriéndose entre los fotogramas que se derriten. Solo la locura es pasto de las llamas, liberarnos de todas las taras es la dádiva. Cuantas veces contigo soñé, con aquella dama que me mecía entre los muros etéreos de la lejana casa. Que tortura fue el buscarte, el esperar encontrarte en cada foto, el anhelar tu rostro, tus formas … y que bello fue el hallarte entre mis besos y sábanas, entre las buenas palabras y el dulce hola de tus ojos al despertar.
¿Por qué lloras?, no mi niña preciada, no llores. Las lágrimas son tan bellas como una sonrisa, siempre que afloren sinceras. Tan luminosas y a veces tan ansiadas por quien las derrama. Pero no es necesario llorar, hoy no. Recuerda el día en que te encontré, bajo la luz húmeda y dorada de una farola, con los rizos danzarines jugando sobre tus hombros; vibrantes, brillantes, tus ojos. Tu cuerpo en mi objetivo, tu voz en mis oídos, la presencia imponente de tu ser, tu nombre en mi mente. Minerva, Minerva, lo sabes. Te quiero, y sin ti jamás abría tenido el valor de abrazar así el cielo.
Y cuando me brindaste tu tiempo … ¿Por qué lloras?, desagradecida, así pagas a quien te regala la plenitud. Lo sé, lo temes por que te es algo desconocido. Abrázame, dame la mano, yo seré tu guía, yo que de niño dormía en el cielo, y despertaba en este lugar, valle de desdichas, fecunda tierra de sonrisas.
Hay en el monte del Salvador una casita. Cuatro paredes, Minerva, cuatro paredes que nos aguardan. Allí fui feliz, libre de lo que me oprimía, esta noche regresaré y tu vendrás conmigo, te enseñaré mi vieja cámara, mis viejas fotos … Dormía allí cuando en la casa me desgarraban los gritos, cuando la tibia ausencia de quien deseo ser libre se hacía presente, cuando yo mismo me sentía enjaulado … en aquel lugar resguardado de las miradas, de los deseos de los demás, los barrotes eran papel, papel de lija, papel de fumar, papel, papel. Papel tostado y calcinado.
¿Por qué lloras?, no, no lloras, duermes entregada a mis promesas. Lo sabes, Minerva, siempre cumplo y siempre pago mis deudas. Ahora el sueño me envuelve a mi … calor, humo, resplandor rojizo y dorado …
Volutas azuladas en las que me elevo.

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