
Adicta a escribir pasadas las doce, como si el velo de realidad con el que se disfraza el mundo durante el día se desvaneciera entre la niebla invernal de Göttingen. Adicta a escribir a horas intempestivas frases sin calidad y sin significado, lanzadas al aire helado de la globosfera sin ser consciente realmente de cuanta gente pasa por aquí. Muchos podréis decirme: chica, mira las estadísticas. ¿y que? Son puros números, cuentos chinos, cifras que suben o se estanca pero que jamás dejaran una huella indeleble en mi vida. ¿La dejaré yo en ellos? Claro que no.
Adicta a escribir a altas horas de la noche, dejando que mis dedos se derramen sobre el teclado como amantes llenos de pasión. Pero no hay pasión. Antes los dominaba un frenesí indescriptible que les hacia correr de aquí para allá sobre el teclado y sobre mi mente, haciéndole el amor a las ideas y la lengua, ahora solo pasean, como viejos cansados de su vida, sobre las letras negro de mi portátil.
Antes escribir no me dolía. Me estoy haciendo vieja y cada idea disparatada es apartada de mi cabeza con el cayado de la realidad, mi imaginación se ha quedado coja, o yo he encerrado a la niña que escribía. La niña que tenía ideas entre peculiares y comunes y que lo veía todo nuevo y joven. Hoy me habla mi voz anciana diciéndome, nada de lo que hagas será bueno, será original, será inteligente, será como antes. Antes escribir no dolía, y ahora es una batalla exasperante por abrir un surco de cultivo.
Adicta a decir chorradas a altas horas de la madruga, a crear castillos de realidad cuando antes eran de fantasía. Adicta a levantarles muros muy altos, tan altos que se pueda trepar hasta la luna, y luego derribarlos con un solo suspiro de tinta. Tachar los castillos, asediar mis palabras. Antes no dolía.
Adicta a la soledad de la noche. Por eso yo grito cuando cae el silencio sobre la tierra. Aunque miles de voces amigas resuenen sobre el horizonte diciéndome: estamos aquí, mis ojos ancianos no alcanzan a ver sus sonrisas. Aunque ellas al unisono me gritarán socorro yo no podría ayudarlas más que con nuevas palabras, aire tan solo derramado en busca de consuelo. Si las palabras fueran medicina, si fueran de veras compañía, entonces yo no estaría tan sola, ni ellos estarían tan lejos.
Adicta a la noche y su canto perpetuo de cosas inconfesables. Por eso escribir duele, pues en mi boca se apelotonan palabras que jamás deberán ser pronunciadas, ni tan siquiera para construir parábolas. Antes no dolía.
Y a pesar de todo, muy a pesar mío, sigo derrochando líneas, desgastando párrafos, tachando castillos y asediando palabras. Y a pesar de todo, muy a pesar mío, sigo escrutando el horizonte con la esperanza de encontrarle. A ella, a la compañía. Más allá de toda distancia y tiempo, una voz amiga que espante las noches y que se refugie en mi pecho.
¡Retirada! Gritan los generales. Es hora de dormir.
Veo pasar las horas
Pensando que no tendremos un mañana
Las afrento recordando lo que no fuimos
Y me rio por soñarlas contigo
Contigo soñé que yo era yo
Mas completa, más humana
Soñé que yo era yo
Y que del mundo no sabía nada
Por que nada importa
Cuando se cuentan las horas
Las soñadas, las pasadas
Y las nostálgicas
Yo no sé si habrá un mañana,
Solo sé que hay hoy,
Y que hoy te sueño,
Del resto no sé nada.
Emyl Maseda
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