lunes, 30 de julio de 2012

El ego del hombre es el manantial del progreso humano


Hacía mucho tiempo que un libro no me atrapaba desde la primera hoja. Cierto es que a los lectores jóvenes siempre se les dice para alentarlos: los libros mejoran pasadas las primeras 20 páginas, pasado el primer capitulo … Pero en el fondo esa es una mentira tan cierta como las reglas de uso de ser y estar para extranjeros. Es decir, es una parte de la verdad, pero no toda la verdad, hay excepciones y muchas, tantas como libros. Yo que soy muy poco paciente cuando encuentro un libro que desde la primera frase me atrapa es difícil que lo suelte y probablemente acabe en la lista de mis amores platónicos.
Para pasar dulcemente el largo, tedioso, caluroso y aburrido verano, época del año que, aunque bienvenida, la diversión que trae consigo es proporcional al número de llamadas respondidas por amigos (no os engañéis, todo el mundo se pasa el invierno pensando en el disfrute relajado de buenas compañías, aunque luego estos encuentros no se produzcan), acudí al montón de libros del desván, la gran mayoría heredados, y tan solitarios como una rosa en invierno en tanto que son una compañía que nunca falla. De la montaña de palabras saqué un titulo que llevaba años reconcomiéndome las entrañas, jugaba con el de pequeña a los maestros, equipada con mis gafas de pega y mi pizarra de tizas, y afortunadamente se salvó de mis garabatos a boli bic (azul, natürlich), pero no de mis lujuriosos deseos de lectura.
El Manantial de Ayn Rand no fue terminado por su legítima dueña, la aburría. Hay que reconocer que a primer golpe de vista solo el volumen y la minúscula letra ya asustan bastante, pero los valientes no se echarán atrás por ello. Por internet encontraréis numerosos estudios, comentarios, recomendaciones, citas, fragmentos y todo lo que se pueda hacer con una novela, asique me ahorraré el tiempo de buscarlos, rumiarlos, regurgitároslos y deciros: ¡mirad la película! El Manatial se merece algo mejor de mi.
“el ego del hombre es el manantial del progreso humano” es la cita de la que Ayn Rand extrajo el título para su novela. Sobre los cimientos de la arquitectura se construye una novela analítica, realista, de ritmo pausado pero no tediosamente lento, recomendable para todo aquel que quiera entender un poco de arquitectura o que crea entender. Se abre en sus páginas ese eterno debate que inunda también otras artes: ¿originalidad o tradición, dicta el cliente el gusto de la obra, o la obra misma dicta el tipo de cliente? ¿Vender el talento al gusto del pueblo y el dinero, o arruinarse siendo fiel a la tradición propia, de la propia alma?
Puede ser, ciertamente, que los amantes de lo clásico, de lo griego, de lo romano, de lo cesareo, de lo olímpico, se den de bruces con una novela que critica acida y cruelmente el uso de frontones y ordenes en la modernidad, llamándolos copias de copias de copias de …
Ya no era necesario diseñar edificios: bastaba con fotografiarlos.El arquitecto que tuviese la mejor biblioteca, era el mejor arquitecto del mundo. Imitadores copiaban imitaciones.
 Pero en realidad el trasfondo de la discusión es: a cada tiempo su arquitetura, y a cada arquitectura su libertad ( Espero que la Wiener Secession me perdone por adapar su lema al contexto: der Zeit ihre Kunst, Die Kunst ihre Freiheit). Cabe señalar además que solo con la lectura de los primeros capítulos es fácil tener una idea de lo que supuso la exposición colombina de Chicago, aquella blanca y grandilocuente exposición de arquitecturas que reinterpretaban al Partenon y otras obras clásicas mientras en las calles de la ciudad comenzaban a surgir los primeros rascacielos, o mejor dicho, entender por qué la exposición Colombina fue así.
La exploración, además, de la figura del arquitecto no deja de ser fascinante. Rand la expone en un juego de espejos, de personajes contrapuestos en lo que unos representan el futuro de otros, y esos otros el pasado de aquellos. Compone un mundo de prevalencia masculina en el que no se considera deseable que una señorita joven se plantee el hecho de acceder a un estudio superior y en el que las figuras masculinas que la rodean se elevan como figuras a las que adorar y acompañar silenciosamente. “Oh, pero tu no entiendes nada de esto que te digo”, escuchara la joven Catherin continuamente. Pueden buscarse muchas otras profesiones pero la de aquitecto es la que mejor refleja, sin grandes artificios psicológicos, filosóficos, o literarios, ese afán de fama, de dejar huella en el mundo, que el hombre ( y la mujer. Por si hay alguna feminista quisquillosa en la sala) posee de forma innata, además de esa fascinación por la propia obra y vida, la historia que se arrastra y queda tras nosotros en forma de skyline, watherfront o una simple cucharilla de café.  
Cambiaría el más bello atardecer del mundo por una sola visión de la silueta de Nueva York. Particularmente cuando no se pueden ver los detalles. Sólo las formas. Las formas y el pensamiento que las hizo. El cielo de Nueva York y la voluntad del hombre hecha visible. ¿Qué otra religión necesitamos?
( Estoy segura de que a las fans, y a los fans, de Marmalade Boy, este párrafo del libro les recordara el viaje de You a New York y sus ojos brillantes de emoción diciendo: para mi todos estos edificios son estrellas tan hermosas como las del cielo. O algo así, ahora mismo no recuerdo las palabras esactas. En definitiva: arquitectos son arquitectos y hasta el mismísimo y pedante Ted Mosby dijo algo parecido alguna vez … o muchas, quizás tantas como te quieros :D)
En fin, creo que me estoy extendiendo demasiado sin haber logrado decir casi nada de lo que pretendía. Leed y disfrutad. A vosotros, solo a vosotros pertenecerá lo que aprendáis y nadie, nunca, bajo ningún concepto os lo quitará. 

No hay comentarios: