Hacía mucho
tiempo que un libro no me atrapaba desde la primera hoja. Cierto es que a los
lectores jóvenes siempre se les dice para alentarlos: los libros mejoran
pasadas las primeras 20 páginas, pasado el primer capitulo … Pero en el fondo
esa es una mentira tan cierta como las reglas de uso de ser y estar para extranjeros.
Es decir, es una parte de la verdad, pero no toda la verdad, hay excepciones y
muchas, tantas como libros. Yo que soy muy poco paciente cuando encuentro un
libro que desde la primera frase me atrapa es difícil que lo suelte y
probablemente acabe en la lista de mis amores platónicos.
Para pasar
dulcemente el largo, tedioso, caluroso y aburrido verano, época del año que,
aunque bienvenida, la diversión que trae consigo es proporcional al número de
llamadas respondidas por amigos (no os engañéis, todo el mundo se pasa el
invierno pensando en el disfrute relajado de buenas compañías, aunque luego
estos encuentros no se produzcan), acudí al montón de libros del desván, la
gran mayoría heredados, y tan solitarios como una rosa en invierno en tanto que
son una compañía que nunca falla. De la montaña de palabras saqué un titulo que
llevaba años reconcomiéndome las entrañas, jugaba con el de pequeña a los
maestros, equipada con mis gafas de pega y mi pizarra de tizas, y
afortunadamente se salvó de mis garabatos a boli bic (azul, natürlich), pero no
de mis lujuriosos deseos de lectura.
El Manantial
de Ayn Rand no fue terminado por su legítima dueña, la aburría. Hay que
reconocer que a primer golpe de vista solo el volumen y la minúscula letra ya
asustan bastante, pero los valientes no se echarán atrás por ello. Por internet
encontraréis numerosos estudios, comentarios, recomendaciones, citas,
fragmentos y todo lo que se pueda hacer con una novela, asique me ahorraré el
tiempo de buscarlos, rumiarlos, regurgitároslos y deciros: ¡mirad la película!
El Manatial se merece algo mejor de mi.
“el ego del hombre es el manantial del
progreso humano” es la cita de la que Ayn Rand extrajo el título para su
novela. Sobre los cimientos de la arquitectura se construye una novela
analítica, realista, de ritmo pausado pero no tediosamente lento, recomendable
para todo aquel que quiera entender un poco de arquitectura o que crea
entender. Se abre en sus páginas ese eterno debate que inunda también otras artes:
¿originalidad o tradición, dicta el cliente el gusto de la obra, o la obra
misma dicta el tipo de cliente? ¿Vender el talento al gusto del pueblo y el
dinero, o arruinarse siendo fiel a la tradición propia, de la propia alma?
Puede ser,
ciertamente, que los amantes de lo clásico, de lo griego, de lo romano, de lo
cesareo, de lo olímpico, se den de bruces con una novela que critica acida y
cruelmente el uso de frontones y ordenes en la modernidad, llamándolos copias
de copias de copias de …
Ya no era necesario diseñar edificios:
bastaba con fotografiarlos.El arquitecto que tuviese la mejor biblioteca, era
el mejor arquitecto del mundo. Imitadores copiaban imitaciones.
Pero en realidad el trasfondo de la discusión
es: a cada tiempo su arquitetura, y a cada arquitectura su libertad ( Espero
que la Wiener Secession me perdone por adapar su lema al contexto: der Zeit
ihre Kunst, Die Kunst ihre Freiheit). Cabe señalar además que solo con la
lectura de los primeros capítulos es fácil tener una idea de lo que supuso la
exposición colombina de Chicago, aquella blanca y grandilocuente exposición de
arquitecturas que reinterpretaban al Partenon y otras obras clásicas mientras
en las calles de la ciudad comenzaban a surgir los primeros rascacielos, o
mejor dicho, entender por qué la exposición Colombina fue así.
La
exploración, además, de la figura del arquitecto no deja de ser fascinante.
Rand la expone en un juego de espejos, de personajes contrapuestos en lo que unos
representan el futuro de otros, y esos otros el pasado de aquellos. Compone un
mundo de prevalencia masculina en el que no se considera deseable que una
señorita joven se plantee el hecho de acceder a un estudio superior y en el que
las figuras masculinas que la rodean se elevan como figuras a las que adorar y
acompañar silenciosamente. “Oh, pero tu no entiendes nada de esto que te digo”,
escuchara la joven Catherin continuamente. Pueden buscarse muchas otras
profesiones pero la de aquitecto es la que mejor refleja, sin grandes
artificios psicológicos, filosóficos, o literarios, ese afán de fama, de dejar
huella en el mundo, que el hombre ( y la mujer. Por si hay alguna feminista
quisquillosa en la sala) posee de forma innata, además de esa fascinación por
la propia obra y vida, la historia que se arrastra y queda tras nosotros en
forma de skyline, watherfront o una simple cucharilla de café.
Cambiaría el más bello atardecer del mundo por
una sola visión de la silueta de Nueva York. Particularmente cuando no se
pueden ver los detalles. Sólo las formas. Las formas y el pensamiento que las
hizo. El cielo de Nueva York y la voluntad del hombre hecha visible. ¿Qué otra
religión necesitamos?
( Estoy segura
de que a las fans, y a los fans, de Marmalade Boy, este párrafo del libro les
recordara el viaje de You a New York y sus ojos brillantes de emoción diciendo:
para mi todos estos edificios son estrellas tan hermosas como las del cielo. O
algo así, ahora mismo no recuerdo las palabras esactas. En definitiva:
arquitectos son arquitectos y hasta el mismísimo y pedante Ted Mosby dijo algo
parecido alguna vez … o muchas, quizás tantas como te quieros :D)
En fin, creo
que me estoy extendiendo demasiado sin haber logrado decir casi nada de lo que
pretendía. Leed y disfrutad. A vosotros, solo a vosotros pertenecerá lo que
aprendáis y nadie, nunca, bajo ningún concepto os lo quitará.
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