jueves, 25 de septiembre de 2008

FARET I

Capitulo I: Memoria, un libro en blanco

La primera vez que la vi tuve miedo, no de ella, sino de mi mismo. Me encontraba en un amplio salón, con un ventanal igual de amplio por el que entraba una luz limpia y fresca, yo contemplaba el lugar, sus muebles, sus estanterías llenas de libros, las flores frescas engalanando jarrones de liso color nácar, cuando mis ojos cayeron sobre la mujer que acaba de entrar y en aquel mismo instante me embriago el miedo del que antes hablaba puesto que me descubrí deseándola febrilmente.Deseaba su figura erguida, sus movimientos finos, su porte elegante y erguido, deseaba que su voz se derramase por la habitación pronunciando mi nombre y como presa de un terrible hechizo me descubrí deseando sus labios, sus ojos, el color de sus mejillas, todas estas, cosas que se me ocultaban tras un velo negro y opaco que vestía con tristeza un rostro que se me antojo, pese a no poder verlo, el más bello y deseable de todos los esculpidos por la naturaleza. A parte de aquel vil velo que cubría su rostro, vestía con elegancia un traje de lino celeste cuyas mangas caían anchas y largas a ambos lados del cuerpo mientras que sus pies se ocultaban bajo la tela larga del vestido. No había adorno ninguno, carecía de encajes y bordados, tanto de finos hilos dorados como de pedrerías ostentosas. Sobre sus hombros languidecía un mantón también celeste, prenda que más tarde sabría propia de una sacerdotisa, pero que en aquel mismo instante apareció ante mis ojos como el más delicado paño, para aquella dueña de crueles sortilegios.Hasta aquel mismo instante el mundo se me había mostrado triste, gris y solo veía de los hombres la parte avariciosa y amarga de su alma. Conocerla fue encontrar la entrada a un mundo de gente cordial y… luminosa, si, podría decirlo así: gente luminosa. Mi llegada a aquel lugar había sido puramente casual y estrictamente involuntaria. Los criados de la casa me habían encontrado inconsciente en una playa, lugar que allí recibía le nombre de Faret, y que a mi no me sonaba de nada, seguramente por que por aquel entonces y tras diez largos días de pesado y enfermizo sueño, mi mente se encontraba tan débil que me veía incapaz de recordar algo coherente. Todos mis recuerdos e movían entre sombras o neblinas espesas y a tal grado llegaba mi falta de memoria que cuando aquella mujer oculta tras un velo negro me preguntó mi nombre, no supe que responder. - No respondéis ¿porque? - … - continué sin responder, me sentía aturdido, no solo por la presencia de dicha mujer sino por verme incapaz de recordar incluso mi nombre.- ¿Os han tratado bien?- … - mi silencio era su única respuesta- Es descortés no contestar ¿sabéis?, ¿Entendéis lo que digo?, ¿Comprendéis mi lengua, señor? … oh! Pero que digo, si sé que mis hombres os han hablado y habéis respondido. - … Lo siento, mi señora – mi voz temblaba como la de un niño cuando no sabe la lección. – no era mi intención ofenderos, ni mucho menos, mi gentil anfitriona. Es que de … de… repente … no soy quien de recordar nada- esto último lo dije mientras me sonrojaba, en aquel momento me pareció vergonzoso tener que reconocer que ni siquiera sabían quien era.- Sabía que no recordabais como habíais llegado a Faret, pero en ningún momento se me ocurrió pensar que podríais haber perdido totalmente la memoria. Es, pues, un asunto grave el que nos atañe …- ¿Grave?, no entiendo por que os habría de resultar grave a vos.- Comprended, mi buen viajero. Es bastante arriesgado y comprometido albergar a un desconocido en casa propia, y más aún arriesgado es permitirle la entrada a alguien que ni siquiera sabe quien es …- Pero no es el nombre el que hace a la persona, sino sus actos, ponedme a prueba y sabremos si soy digno de permanecer en vuestra casa hasta …- ¡Callad! Jamás volváis a interrumpirme y ni mucho menos se os vuelva a pasar por la cabeza invitaros a mi casa. Habéis contraído una deuda conmigo, con la casa, y con las gentes que en ella viven y no os permitiré iros hasta que la hayáis saldado.Ella permanecía de pie, junto al escritorio blanco. Su velo, sus manos, su piel … yo continuaba sentado, escuchándola mientras mis ojos volaban a ras de suelo.- ¿Cómo habré de saldarla?- De momento no estorbéis en las labores de la casa, estáis aún convaleciente, no me enfurezcáis a ser posible y disfrutad de los jardines, son una buena cura. - ¿Ese es el pago?- Tan solo su cara mas amableSe marchó tal y como había llegado, con su voz aún resonando en la habitación, los libros parecían reverenciarla. Yo permanecí sentado, esperando, temiendo perderme en los amplios y blanquecinos corredores de la casa. Minutos más tarde un criado entró a buscarme para guiarme al jardín, no dijo nada, ni nada me preguntó, simplemente me indicó que lo siguiera y así lo hice. No sabía por que, pero me sentía seguro y calmado en aquella casa, como si fuese un remanso de paz en medio del caos de débil memoria, ¿acaso antes de aparecer en aquella playa había algo que me atormentara? No lo sabia ni quería saberlo, lo único que deseaba era conocer el nombre (y el rostro) de aquella mujer.

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