lunes, 31 de octubre de 2011

Irdiana, la tierra de los trigales 8

CAPITULO 8: El espejo

- Iridiana. ¡Estas llorando! – dijo Mariom
- Vete Mariom. Vete, te lo suplico, vete. Tienes que irte ahora mismo, vete.
Mariom no dudó, hizó lo que toda la vida había hecho, obederla. Cogió apresudara su bolso y ya en la lejanía grito:
- ¡Chico sin nombre! Mantenme informada.
Felix estaba más desconcertado que de costumbre. Mariom se iba sin despedirse prácticamente, e Iridiana, la que le habían descrito como una mujer de hielo estaba llorando, si bien es cierto que cualquier persona en sus cabales lloraría al recibir un ataúd por correo, sobretodo si llevaba escrito el nombre de algún familiar o conocido, como Felix sospechaba que era el caso. El había observado perfectamente que el ataúd no había sido usado, o no al menos en un contexto funerario, pero allí delante de la sombra alargada, con el viento susurrando entre las hojas doradas e Iridiana, la señora del mármol, llorando, no se le ocurrió otra cosa que pensar que alguién en verdad le había enviado a su jefa un cadáver, hipótesis que casaba también con su idea de que Iridiana tenía algo que ver con “ellos”, la mafia.
Hay muchas razones para que un ataúd este vacío, pero muchas más para que esté lleno. Una vez superado el inicial bloqueo, Iridiana consiguió desembarazarse de los férreos brazos de Felix y abrió los pestillos. Un suspiro largo se confundió con una ráfaga de viento y sus manos, al unísono abrieron la tapa de golpe.
- ¡Ah! – grito Felix
Alli estaba, su vieja sonrisa, una sonrisa de 50 años, y sus manos antaño finas, y sus pies pequeñitos, y el rosario de su abuela enredado entre las falanges desechas. Olía menta, incluso Felix podía percibirlo.
- Que diablos … (?)
Pero Iridiana siguió sin contestar, mirándose en el espejo de la muerte que le habían enviado. Era ella, no había duda, allí estaban sus colmillos redondeados, sus pomulos. No quedaba señal alguna de su feminidad, excepto por el ancho de la pelvis marcada através de la ropa. Por un momento creyó enloquecer. No era posible, no era en absoluto posible todo lo que había vivido, o no vivido, ¿qué persona cuerda podría creerlo? Estaba ante su cadáver. Inés Martel, muerta dos veces, pero aun sobre la faz de la tierra.
- Mire. Hay un librito.
- Cogelo.
- ¿Yo?
- Que lo cojas – dijo sin apartar la vista de su sonrisa cadavérica.
- Hay más cosas – sintió como se escurrían entre los pliegues del vestido y el satén de revestimiento de la caja.
- Pues cógelas.
Iridiana seguía fascinada, aunque esa no era la palabra idónea. Se preguntaba como podía conservarse también después de 50 años. En un entorno como aquel los huesos deberían haber desaparecido prácticamente por efecto de los ácidos. “Dejemos esto a los expertos”, pensó.
- ¿Qué vamos a hacer con esto? ¿quiero decir, con él? Osea … ya me entiende, en fin, no quiero ser desagradable pero se va a hacer de noche, y en fin …
- ¿Que quieres que hagamos? En el sótano hay dos palas. La enterraremos en el jardín dorado, pero no hoy, ni mañana, ni pasado. La llevaremos primero al sótano, luego haré un par de llamadas, y después cenaremos.
Las lágrimas se habían detenido. Iridiana parecía radiante.
- Vamos. – dijo cerrando la tapa y tomando el ataúd por un lado
Felix sin embargo parecía moverse con dificultad, le faltaban las fuerzas de repente.

No hay comentarios: